domingo, 1 de octubre de 2017

Madre! (o sobre filosofía política, México, Estados Unidos y Cataluña)

En días pasados, hemos sido espectadores de una creciente polarización del espacio público. A partir del 19-S, los estallidos de inconformidad no han hecho más que multiplicarse y presentarse, con sensación, ante la opinión pública, a través de los medios de comunicación.

Y es que atribuir la responsabilidad a la corrupción generalizada de los servidores públicos me parece solamente una parte de las causas del grave problema de la separación entre la ciudadanía y el Estado. Reducir un fenómeno social, cultural y político tan complejo a la acción de una esfera de individuos que han capturado las instituciones para hacer valer sus intereses personales me parece una simplificación que, si bien no parece equivocada, deja de lado algunas consideraciones esenciales del debate.

Desde las últimas décadas del siglo veinte hasta nuestros días, la filosofía política perdió su lugar irreemplazable en la discusión teórica sobre los acontecimientos políticos. Decía Leo Strauss[1] —con mucha razón—, que el fracaso del proyecto moderno había convertido a la filosofía política en una ideología más, una enseñanza que no superaba en verdad y justicia a ninguna otra de innumerables ideologías. El menosprecio de la razón dio el triunfo a la ciencia —o el estudio de lo que Es—, volviendo imposible la distinción entre lo correcto o incorrecto. Sin embargo (y me gustaría hacer énfasis en esto), Strauss nos recordó que la ciencia no puede enseñar sabiduría[2]. Tanto en la investigación como en los salones de clase, la filosofía política fue reemplazada por la historia de la filosofía política. Strauss llamó a esta tendencia la vulgarización del pensamiento[3].

Es por ello, y frente al escepticismo de la posmodernidad en el fin de la historia —materializado en el triunfo absoluto de la democracia liberal tras la guerra fría[4]—, que propongo el regreso a la argumentación de fondo. Es más necesario que nunca, frente al claro fracaso de la democracia liberal para garantizar el bienestar y la estabilidad política, devolver a la política su cualidad sustantiva y subjetiva. Es deber de las nuevas generaciones, a manera de dialéctica hegeliana, reconstruir el debate teórico y volver a llenar el ahora vacío pensamiento académico de ideas. Frente al silencio de la técnica, propongo el grito de la pasión filosófica y el encuentro humanista de subjetividades opuestas. El paradigma moderno cayó hace más de treinta años, y es momento de presentar las posiciones que definirán al siglo veintiuno y desmentirán la engañosa idea estática del triunfo del capitalismo post-industrial de consumo[5].

En entradas pasadas hablaba sobre la irresponsabilidad de ciertos actores políticos que, frente a la catástrofe, vieron una oportunidad para defender la privatización del financiamiento político en México. Más allá, hablaba sobre los peligros de la desorganización y la innegable crisis de opinión pública que se vive en nuestro país. En la última semana se han exacerbado las diferencias entre las autoridades públicas y la acción voluntaria, siendo ejemplo de ello la toma del centro de acopio del estadio universitario, como resultado de un desencuentro entre responsables de rectoría y alumnos de diversas facultades.

Asimismo, en un intento histórico de referéndum para la separación de Cataluña del Reino de España, las fuerzas del orden público ejecutaron las órdenes del presidente Mariano Rajoy, del Partido Popular, quien es acusado de fascista por la oposición nacionalista catalana. En una jornada violenta y represiva, hubo alrededor de quinientas personas heridas y disturbios generalizados en la región.

Por otro lado, la desaprobación hacia el presidente Donald Trump alcanzo un punto máximo tras su ofensivo ataque dirigido a aquellos jugadores de la NFL que deciden hincarse al escuchar el himno nacional, en forma de protesta contra las violaciones a los derechos humanos e injusticias cometidas por la policía a lo largo del país. Recibió en las redes sociales adjetivos como supremacista blanco e incluso provocó que el congresista Al Green —miembro del Congressional Black Caucus—, llamara a la casa de representantes a iniciar un proceso de impeachment contra el multimillonario. Por supuesto, como muchos comentaristas ya lo han deducido, la posición de Trump no es más que un intento de censura de la protesta ciudadana, que claramente contraviene la primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos.

Todos estos problemas públicos tienen un punto en común: la separación (y radicalización) entre ciudadanía y gobierno. Una especie de desencanto que recorre a los ciudadanos de a pie y los aleja del espacio de la toma de decisión. Una especie de odio y desconfianza da forma a la vox pópuli y se agrupa en torno a la conquista social de ciertos bienes que, por naturaleza, deberían depender del quehacer del Estado.

¿Cómo responder, en términos filosóficos, a la impactante realidad del siglo veintiuno —el fracaso de la democracia y la política de masas—? Podemos encontrar una primera respuesta, una vez más, en el pensamiento político de Hegel. En su Filosofía del derecho, Hegel ve al Estado como unión última entre la consciencia individual (subjetiva) y la consciencia universal impresa en las leyes universales (objetivas). La sociedad misma dependería, entonces, de la unión de lo particular y lo universal (producto de la razón) en el Estado.

Mientras que el pueblo no estuviera organizado en el Estado, decía Hegel, no sería más que la colección de voluntades particulares. Cuando las disposiciones del gobierno encuentran la oposición de las consciencias individuales, se convierten en una oposición a la libertad misma, pues sólo son manifestaciones particulares[6]. Para que una sociedad vea la aparición del Estado como "máxima expresión de la idea ética", primero debe existir una correspondencia entre los valores morales de los individuos y su formalización como normas de carácter jurídico, contenidas en una Constitución.

Hegel reconocía que la constitución política de un pueblo es resultado de su espíritu (Volkgeiste), el cual contiene la historia de su religión, arte, ciencia y destino. Para que surja el Estado moderno (racional), debe antes surgir el reconocimiento de la dualidad subjetiva-objetiva en el espíritu de las naciones. Por ejemplo; Hegel reconoce como condición fundamental la predominancia del protestantismo, como origen del pensamiento liberal y de la sociedad capitalista socialmente diferenciada[7].

En resumen, el Estado moderno necesita un terreno previo para poder asentarse y conformar instituciones sólidas y duraderas. La introducción de la razón objetiva depende de las condiciones históricas y sociales (Volkgeiste), y sobre todo de las costumbres del pueblo.

Claramente, en sociedades como la nuestra algo no funciona en este modelo de racionalidad objetiva universalizante. Por supuesto, la complejidad del estudio de los valores y su relación con la participación política por vías institucionales sobrepasa este ensayo (por mucho), y queda fuera de los límites de nuestra discusión[8]. Sin embargo, puedo atreverme a reconocer algunas características que han dificultado la consolidación de nuestro sistema democrático y entorpecido el desarrollo de la opinión pública.

En primer lugar reconozco la herencia del pensamiento católico predominante. Parecerá dañino para lo llamado politically correct, sin embargo, pienso que negar la importancia de la secularización para el ejercicio político adecuado es negar algo evidente. Si la modernización política fracasó en un primer momento en los países latinos, dice Hegel, se debe en gran parte a su catolicismo. La sujeción a la religión trae consigo la servidumbre política. El Estado (en términos normativos de Hegel) es impensable mientras que la Reforma no haya enseñado libertad a los pueblos.

En este sentido, retomo a Slavoj Zizek al decir que vivimos sumidos en una radicalización de la parapolítica —el intento de despolitizar la política, de desaparecer el verdadero conflicto y reformularlo bajo el nombre de competencia partidaria—. la postpolítica: la represión de lo político y la pacificación; la eliminación del antagonismo bajo una forma hegemónica de multiculturalismo que nos hace pensar que vivimos en un universo postideológico. Para no extenderme en este tema de alta complejidad, me refiero puntualmente a la tolerancia represiva del multiculturalismo, que bajo las premisas de la corrección política relativiza las nociones de lo correcto e incorrecto, y pretende aceptar toda forma de autonomía cultural sin aplicar valores universales[9].

Es por ello que no temo —ni debemos temer— el ataque contra una institución considerada pilar  de nuestra identidad y cultura nacional[10]. Basta con observar la influencia del clero mexicano en las coyunturas actuales para constatar que el proceso de secularización cívica quedó inconcluso a pesar de los incansables esfuerzos del liberalismo republicano —que se enfrentó al fracaso a raíz de la Guerra Cristera, debido a las fuertes raíces católicas heredadas a la población tras trescientos años de dominio español—.

En segundo lugar, no es necesario denotar la desigualdad de oportunidades como fuente de la disolución de los valores universales. El acceso irrestricto a la educación debe ser la base para la capacitación política del individuo.

En tercer lugar, y quizá más importante, considero que ha existido una separación ilegítima entre los intereses del pueblo (el interés común o la voluntad general), y los intereses de las burocracias del Estado. Sería fácil, desde una posición neo-conservadora, decir que dicho desplazamiento se debe a la falta de educación y de razón de las masas. Sin embargo, considero que la clave del asunto recae en la deformación de la acción pública, la corrupción y la falta de responsabilidad de los funcionarios. El sistema de representatividad en nuestro país ha sido desvirtuado a tal grado, que ya es prácticamente imposible hablar de un reflejo de la voluntad general en la ley positiva del Congreso. Los poderes fácticos han capturado a las instituciones, y la vía formal-institucional ha dejado de ser una herramienta al alcance de la mayor parte de la ciudadanía.

A partir de lo anterior es que intentaré dar forma a la propuesta central de este texto. La separación de los intereses del pueblo y del aparato de gobierno responde a la captura de las instituciones por los poderes fácticos, que han desvirtuado su cualidad representativa. Dado que la desigualdad de oportunidades, unida a la preponderancia del pensamiento católico, vuelve imposible la participación de los sectores menos privilegiados de la sociedad en la construcción de lo político; es responsabilidad de las "clases medias educadas" (re)capturar las instituciones del Estado para reemplazar a la actual clase política corrupta e ignorante.

Acuso de irresponsables a todos aquellos intelectuales y personajes públicos que, teniendo a su alcance un nivel de conocimiento teórico mínimo, y habiendo disfrutado toda su vida de los privilegios de la educación a costa de la gran mayoría de mexicanos, gustan de provocar la división entre la sociedad y el aparato gubernamental. Si realmente estuvieran comprometidos con un cambio político, más allá de buscar la aclamación en redes sociales, organizarían la recuperación de los espacios de toma de decisión, por la vía electoral. Prepararían el campo de la opinión pública para hacer un llamado a la unidad en apoyo a los expertos, filósofos, científicos, intelectuales y poetas en las próximas jornadas electorales.

Antes de terminar y retomando el caso de EE.UU. y España; han sido mencionados más arriba en analogía a nuestras carencias democráticas. Cuando el país democrático por excelencia se encuentra en apuros, eso significa que el problema no es aislado, sino que la estructura misma de la organización gubernamental a nivel mundial ha fallado para satisfacer las necesidades de los ciudadanos y dirigirse bajo los principios de la razón y la justicia. El espectáculo de violencia que ofreció Cataluña el día de hoy debe poner en evidencia la necesidad de una redistribución radical del poder, que sólo se logrará —como lo han reconocido durante décadas los inependentistas— mediante la captura ciudadana de las instituciones[11].

Es así como cierro esta columna con una dedicatoria a Cataluña, víctima de las secuelas del franquismo que aún permanecen a la vista; acosada por un gobierno monárquico de derecha que no está dispuesto a entregar el derecho natural de autonomía a sus habitantes —en pleno siglo veintiuno—. Quizá el siglo veinte no terminó tan pronto, como muchos académicos aseguran...

Rodrigo Salas
@Saur_tafly

Notas:

[1] Leo Strauss es considerado el historiador de la filosofía política por excelencia, y ocupó un lugar importante en el debate que enfrentaba a las diversas formas de estudiar a la filosofía. Frente a pensadores como Quentin Skinner y Reinhart Koselleck, Strauss siempre defendió una posición clara: se deben leer los textos filosóficos tal como fueron entendidos por sus creadores; comprender las enseñanza de los filósofos políticos tal como fueron planteadas por ellos (sin poner el velo de la distancia entre sus ideas y nuestro presente histórico). Un método, en sus propias palabras, que parece prohibido para el científico social.

[2] Las ciencias permitirán al hombre acrecentar su poder, pero siempre serán incapaces de enseñarnos cómo utilizar ese poder. La filosofía es la búsqueda continua de lo que debe ser.

[3] Frente a esta decadencia epistemológica, el mismo Strauss se pregunta si no es, en realidad, la filosofía clásica y no las ciencias socales actuales la verdadera ciencia de los asuntos políticos. Los contemporáneos de Strauss consideraron la idea del retorno a la universalidad clásica imposible, sin embargo, decía él, esa creencia era una suposición dogmática cuya base oculta era la creencia en el progreso como causa teleológica de los procesos históricos.

[4] Véase a Francis Fukujama en El fin de la Historia y el último hombre (1992).

[5] Ya habrá oportunidad de profundizar en la obra de Zygmunt Bauman y Byung Chul Han.

[6] Aquellas ideas contenidas en su Filosofía de la historia resultan esenciales para el debate sobre la existencia de la voluntad general, parafraseando a los pensadores ilustrados de la Revolución Francesa —particularmente a Montesquieu—.

[7] Hegel otorga una gran importancia a la diferenciación del trabajo, pues en una sociedad organizada bajo la ética realizada del Estado (libertad última del hombre), cada cual acepta y desempeña su papel en la comunidad político-económica. Para descubrir más sobre la relación histórica recíproca entre el capitalismo y la Reforma protestante, véase La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de Max Weber.

[8] Para adentrarse en el estudio de las características previas que favorecen la aparición de la democracia liberal en las sociedades contemporáneas recomiendo ver a  Seymour M. Lipset en Political Man, o a Max Weber en Economía y sociedad. O a Prothro y Grigg en Fundamental Principles of Democracy (1960).

[9] A este respecto el mismo Zizek ve en la tendencia relativista una especie de herencia colonialista, pues la corrección política eurocéntrica excluye del debate universal a los pueblos que no se identifican con el pensamiento liberal democrático. Véase En defensa de la intolerancia.

[10] Si vamos a retomar el debate de fondo, no tengo miedo en abogar por el pensamiento anticlerical. Aún así, quiero aclarar que en ningún momento ataco a la libertad de credo, consagrada como un derecho humano irrevocable. A lo que me opongo es a la organización de la fe como aparato opresivo de dominación y explotación de las clases populares. Denuncio y rechazo la participación de la Iglesia en los asuntos públicos, y me opongo a su oportunismo que lucra con las necesidades espirituales del pueblo.

[11] Las perturbadoras escenas de las protestas en la península casi se parecen a las fuertes escenas de Mother!, la nueva propuesta cinematográfica de Darren Aronofsky; una alegoría casi bíblica que explora los diferentes rostros de la pasión y la violencia humanas —no apta para personas sensibles—.

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