domingo, 12 de noviembre de 2017

La imperiosa necesidad del debate (ft. John Stuart Mill y Alexis de Tocqueville)

Sin duda los problemas políticos, sociales y económicos de nuestra sociedad crecen día a día, y con ellos la necesidad de la búsqueda de soluciones. Por otro lado, la complejidad cultural de las sociedades post-industriales hace necesario reflexionar sobre un fenómeno anti-histórico que recorre a la opinión pública, y que pone de manifiesto nuestra incapacidad conjunta para abordar los temas más importantes de la esencia humana. 

Para ello, haremos un breve recorrido por dos grandes pensadores clásicos del liberalismo, quienes identificaron la relevancia de la discusión como forma de desarrollo político y social, y advirtieron de los peligros de la homogeneización del pensamiento, de la intolerancia y de la falta de pensamiento crítico. 

Uno de los primeros filósofos de la modernidad que se preocupó por la importancia de la discusión para el desarrollo de la sociedad fue John Stuart Mill. En su escrito clásico sobre los derechos políticos, Sobre la libertad, se opone enérgicamente a la sumisión del individuo frente a la opinión de la costumbre o de la mayoría. 
"Actualmente, los individuos están perdidos en la multitud. Es la opinión pública la que gobierna al mundo. El único poder es el de las masas". [1]
 Cuando Stuart Mill habla de la tiranía de la opinión, muestra el peligro de la falta de disenso y, especialmente, de la estigmatización del pensamiento divergente; peligro que radica tanto en la pérdida de la originalidad como en la degradación del pensamiento. De manera bastante clara, Mill privilegia el pensamiento individual frente a lo socialmente aceptado, pues: "el promedio general de la humanidad es moderado, no sólo en inteligencia sino en inclinaciones". [2]

La búsqueda de la aprobación de sus semejantes, conduce a los hombres a una imitación inferior de actos sometidos a la regla, al menos exteriormente, pero que no conllevan ningún esfuerzo de voluntad o de razón crítica. 
"En nuestros días se ha declarado un movimiento hacia el mejoramiento moral, en el camino de una mayor regularidad de conducta, y una limitación de los excesos; y hay un espíritu filantrópico universal[...] Estas tendencias hacen que el público esté más dispuesto a conformarse frente a un modelo aprobado, que consiste en no desear nada fuertemente. Su carácter ideal es mutilar toda parte de la naturaleza humana que resalte y tienda a hacer la persona marcadamente desemejante al común de la humanidad". [3]
El despotismo de la costumbre de Mill es, entonces,  el "eterno obstáculo al desenvolvimiento humano". El progreso —producto de la libertad—, resulta incompatible y antagónico al imperio de la costumbre. Cuando la opinión de las mayorías se vuelve irresistible y desprecia la disconformidad, no queda ningún poder sustantivo en la sociedad que pueda —o quiera—, tomar bajo su protección las opiniones y tendencias disidentes. "La humanidad se hace rápidamente incapaz de concebir la diversidad cuando durante algún tiempo ha perdido la costumbre de verla". [4]

El bienestar político e intelectual de la humanidad depende de la libertad de opinión, de expresión y de discusión. Las tres principales razones (particularmente académicas) propuestas por Mill se pueden resumir en 1. una opinión censurada puede ser verdadera —negar esto significa admitir nuestra propia infabilidad—; 2. una opinión equivocada puede contener una parte importante, pero incompleta, de la verdad; 3. aunque la opinión predominante sea absolutamente verdadera, a menos que pueda ser vigorosa y lealmente discutida su sentido se debilitará hasta perderse o convertirse en dogma. La desaparición de la controversia significa la muerte moral, pues por medio de la dialéctica y de la discusión negativa de las grandes cuestiones de la filosofía y de la vida es como se puede transformar una doctrina en una creencia solida, fundada en una clara comprensión de su sentido. 

Otro gran filósofo occidental que dedicó su análisis a la libertad de pensamiento fue Alexis de Tocqueville, más conocido por su La democracia en América, en donde habló de la omnipotencia de la mayoría en Estados Unidos. Tras visitar el territorio norteamericano durante nueve meses (en 1831), y observar de cerca su gobierno democrático, Tocqueville pudo ver con claridad los efectos del dominio de la mayoría en la política nacional. 

"Una vez que la mayoría ha decidido una cuestión no hay, por así decirlo, obstáculo que pueda, no ya detener, ni siquiera retardar su marcha y darle tiempo para escuchar las quejas de aquellos a quienes aplasta a su paso". [5]
Tocqueville no deja pasar los riesgos evidentes de un régimen democrático, particularmente aquel que estriba en la visión de corto plazo que impulsa a las masas e introduce, invariablemente, la inestabilidad social. "En medio de las perpetuas fluctuaciones de la suerte, el presente se agranda y oculta el porvenir, que se desvanece en la lejanía, y los hombres no prevén con su pensamiento más allá del día siguiente". [6] Incluso, nos alerta de los peligros de, en tiempos de escepticismo democrático, favorecer al pueblo guiándose por el azar, y permitirle ocupar el lugar que corresponde al saber. 

Mill dice: ninguna sociedad que no respete las libertades de pensamiento, de conciencia, de expresión y de determinación puede ser libre. Y es que hoy en día, en pleno siglo veintiuno y en el seno de la sociedad capitalista democrática-liberal, no existen tales libertades fundamentales. Existen en su aspecto formal —por supuesto, como lo presupone un Estado constitucional de derecho—, más son atropelladas, día a día, por la evidente falta de cultura del diálogo y respeto a la opinión del otro.

Particularmente, podemos referirnos a un fenómeno que ya he mencionado en ocasiones anteriores, y que más que nunca se encuentra presente en nuestra civilización, dando forma a nuestras interacciones y penetrando, poco a poco, en las normas informales de comunicación. Dicho fenómeno es lo políticamente correcto: una barrera a la discusión que, si bien pudiera parecer necesaria, resulta extremadamente nociva para el intercambio de ideas. 

Determinar ciertas líneas discursivas como equivocadas o inadmisibles a priori, es una forma de censura que no tiene justificación por si misma. Incluso, dificulta el debate en cuanto otorga connotaciones negativas a ciertas palabras o posturas, sin importar el contexto o la idea general que se pretende expresar en última instancia. La sobresensibilización ante ciertos temas recurrentes provoca, en la mayoría de los casos, respuestas que carecen de un carácter crítico y reflexivo, y que más allá de buscar convencer al oponente de lo contrario, terminan descalificando al individuo por medio del uso de falacias y aislando a los actores del debate público. 

Por otro lado, me parece esencial voltear hacia otro problema derivado de la prácticamente inexistente cultura del debate presente en nuestras instituciones universitarias, partidistas y mediáticas. La inmadurez política, que se manifiesta en nuestra incapacidad de tomar partido y defender una posición sin introducir elementos personales a la discusión. Desde los debates presidenciales hasta una plática de café, es difícil traer a la mesa un tema sensible o polémico sin esperar consecuencias negativas y siempre innecesarias.  

Debo reconocer que como apasionado polemista, me he ganado la animadversión y rechazo de muchas personas, que se niegan a creer en la necesidad irrefutable de traer a la vida cotidiana el disenso y la argumentación, como práctica para la futura responsabilidad que caerá en las manos de todos los ciudadanos —llevar las riendas de lo público y de la toma de decisiones–, siempre bajo una perspectiva filosófica habermasiana. 

En palabras de Rosa Luxemburgo; "La única vía que conduce al renacimiento es la escuela misma de la vida pública[...] Sin el libre enfrentamiento de opiniones la vida se agota; la vida política se adormece poco a poco". [7]

Desde las atropelladas discusiones políticas que vemos en televisión, hasta la forma en que se dirigen la mayor parte de los universitarios e intelectuales —que irónicamente se hacen llamar defensores de la izquierda o de la dignidad humana, de forma más general—, los mexicanos mostramos día con día que no estamos listos para dar un paso más adelante en la construcción de una sociedad política madura y responsable. Cuando somos espectadores de un encuentro político o ideológico entre personajes de la vida pública, la pobreza y vileza de sus argumentos son cosa segura.

Hoy, más que nunca, debemos reconocer nuestras debilidades y construir una cultura del debate libre, informado y respetuoso. Sólo así podremos definir el futuro de nuestra sociedad y plantear respuestas a las grandes interrogantes que rodean el porvenir. Sugiriendo un camino a seguir, me gustaría repasar brevemente algunos puntos esenciales que deben definir a la discusión pública, de acuerdo con Stuart Mill:
"Indudablemente la manera de afirmar una opinión puede ser muy objetable y merecer severa censura. La más grave de dichas ofensas es argüir sofísticamente, suprimir hechos o argumentos, exponer inexactamente los elementos de un caso o desnaturalizar la opinión contraria. 
"La peor ofensa que puede ser cometida consiste en estigmatizar a los que sostienen la opinión contraria como hombres malos e inmorales. Debe ser condenado todo aquel que manifieste la mala fe, el fanatismo o la intolerancia y nunca deben inferirse estos vicios del partido que la persona tome. 
"Debe reconocerse el merecido honor a quien, sea cual sea su opinión, tiene la calma de ver y la honradez de reconocer lo que son sus adversarios y sus opiniones, sin exagerar nada que pueda desacreditarlas, ni ocultar lo que pueda redundar en su favor. Esta es la verdadera moralidad de la discusión pública". [8] 

P.S.  Me gustaría refutar brevemente a mi querido Eugenio Ang cuando dice que el arte es meramente estética y no ética haciendo uso de la estética de Shaftesbury, o lo que él mismo llama belleza moral. [9]  Shaftesbury identifica la estética con la ética, una idea previa a su unificación final en la filosofía kantiana. 


Desde esta perspectiva, la facultad de percibir el valor y la armonía, residentes en la totalidad de la naturaleza, es una misma. La percepción de los valores de orden, proporción y simetría no difiere de la percepción de los valores éticos, connaturales e inmediatos, dando origen a una universalidad del juicio ético y estético. Por otro lado, dice Shaftesbury, los valores estéticos sólo pueden conocerse mediante la virtud, y no son aprehensibles por medio de la expresión objetiva o de la captación de una regla de tipo técnico. 

Finalmente, el arte se revela siempre a la luz de la belleza moral, pues es una parte específica de la ley natural. Es particularmente interesante que la frase shaftesburiana por excelencia que caracteriza su entendimiento sobre la ética y la estética se reproduce como: "Lo que el hombre ve es lo que llega a ser". 

Posteriormente, en Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, Kant alcanzaría una profunda identificación entre lo bello y lo ético— "el sentimiento de la belleza y la dignidad de la naturaleza humana—. Podría mencionar también el carácter unitario de la estética y la ética para Wittgenstein, que las agrupó en términos de su ausencia proposicional o su incapacidad de ser expresadas. 

Rodrigo Salas,
@Saur_tafly

Notas:

[1] John Stuart Mill, Sobre la libertad, Madrid, SARPE, 1984, p. 106.

[2] Ibid., p. 110.

[3] Ibid., p. 111.

[4] Ibid., p. 117.

[5] Alexis de Tocqueville, La democracia en América, vol. 1, Madrid, SARPE, 1984, p. 250.

[6] Alexis de Tocqueville, La democracia en América, vol. 2, Madrid, SARPE, 1984, p. 130.

[7] Rosa Luxemburgo, La Revolución Rusa, México, Grijalbo, 1980, p. 38.

[8] John Stuart Mill, Op. cit., p. 92.

[9] En la obra de Shaftesbury recomiendo ver el Soliloquio, Moralistas o Sobre la Virtud.





viernes, 27 de octubre de 2017

De calaveras, marcas y disfraces.

De calaveras, marcas y disfraces

Nota: Quiero aclarar que no me adhiero a una postura nacionalista que afirme que existen esencias de la mexicanidad o bien, que existe algo tal como la naturaleza estadounidense. Sé que toda cultura es heterogénea y diversa. La diferenciación entre cultura mexicana, cultura española, cultura prehispánica y cultura estadounidense es con fines analíticos y prácticos.

   A unas semanas de los dos primeros días de noviembre, restaurantes, mercados y escuelas comienzan a sacar los adornos de Día de muertos. Reforma se llena de calaveras y flores de cempasúchil y en las casas y en los locales se comienza a poner ofrendas impresionantes. En esta ocasión los adornos de Día de muertos no vienen solos, y es que en los últimos años se ha ido gestado poco a poco una revoltura de catrinas y fiestas de disfraces, de convivios en las escuelas con pan de muerto y telarañas artificiales o mercados locales típicos vendiendo calaveras de azúcar y brujitas de chocolate. Es decir: estamos presenciando, cada vez con más solidez, un sincretismo cultural entre la tradición del Halloween y el Día de Muertos.
    Contrario a lo que muchos de los anti haloweenistas piensan, yo me declaro incompetente de antemano para combatir la influencia de esta tradición extranjera en las tradiciones mexicanas. No sólo dudo considerarlo pertinente, sino que además, desarticular elementos culturales arraigados  muchas veces es un caso perdido. Lo que definitivamente reconozco es que no simpatizo con la adopción del Halloween en México, y si bien considero banal la batalla en contra de ésta, al contrario, creo que explicar por qué no me adhiero a su adopción sí es una ganancia.
    Considero innecesario exponer los orígenes del Día de muertos y explicar por qué es tan importante en la cultura mexicana, ya que no creo que la presencia de una tradición extranjera esté (en este caso) desplazando a la tradición originaria ni creo que le esté restando importancia. Más bien me gustaría explicar dónde tiene su origen mi antipatía, y eso es en las causas del sincretismo.
     Mi disgusto con la adopción de esta tradición dista mucho de que el Halloween sea una tradición extranjera. El carácter foráneo por sí mismo no es un argumento suficiente, y además, mucha gente sostiene que tradiciones como la Navidad o algunos elementos del mismo Día de muertos son otra adaptación de tradiciones cristianas y europeas, y sin profundizar mucho, esa afirmación es cierta.
   Es importante matizar esto último ya que a México y a Hispanoamérica no lo podemos entender como una región exclusivamente de tradiciones autóctonas. La cultura mexicana e hispanoamericana actual nació como un auténtico mestizaje racial, cultural y lingüístico, donde el mestizaje y el sincretismo es la cultura misma.
   Ahora bien: dicha cultura fue producto de una cruel y duradera colonización. Si dicho sincretismo tuvo los resultados actuales se debe meramente a que la imposición de la colonización española no triunfó del todo frente a la culturas originarias de América, y éstas tuvieron que encontrar nuevas y complejas maneras de sobrevivir, dando como resultado a híbridos como la vírgen Tonantzin Guadalupe (clara combinación del catolicisimo y una religión prehispánica), los particulares festejos navideños como “La Rama” o las posadas, así como el lenguaje (que combina el castellano con palabras de origen indígena) o como la comida (basada en productos originarios de América, Europa y muchos otros de Asia o África). Y es que los imperios inevitablemente producen intercambios y aportaciones recíprocas, pero siempre es una sola de las dos partes la que recibe más beneficios y la que finalmente se impone sobre la otra. El intercambio es desigual y los sincretismos son inevitables.
     Partiendo de esta explicación y viviendo en un país más que consolidado como mestizo, me resulta difícil tachar el sincretismo de la cultura española con la prehispánica como buena o mala, pero escribiendo desde mi presente y marcada por un contexto de otro tipo de imperialismo que ha afectado tanto a mi país como al resto del mundo ante mis propios ojos, ¿cómo debo juzgar las consecuencias culturales que surgen de su imposición?
     Aunque hablar del “imperio yanqui” suena a un lugar común y a veces hasta a una postura dogmática, peca de acrítico el que niegue el carácter imperial de nuestro vecino del norte [1], quien se impone económica, política y culturalmente frente a los demás países, sobre todo a los del mundo occidental y más aún a los que tiene cerca, como México.
     Si bien es cierto que la mayor parte los productos consumimos son estadounidenses y que la desproporcionada cantidad de cine y televisión norteamericana que vemos frente a la de otras naciones no pasa por las armas antes de pasar por nosotros, existen otras maneras de imponer la cultura, por ejemplo, monopolizándola. Cuando la mayoría de la industria cinematográfica que consumimos pertenece a  Estados Unidos, es porque no hay de dónde escoger; cuando el estereotipo principal en los medios son actores y actrices estadounidenses (muy lejanos al fenotipo latino) son lo único que se considera bello, es porque no hay de dónde escoger; cuando se cambia de canal y hay que elegir entre Drake y Josh o Friends, no hay de dónde escoger; cuando la industria musical promociona a Ariana Grande o a Foo Fighters, no hay de dónde escoger. Es decir que, la hegemonía política y económica es un pase directo a  la hegemonía cultural e ideológica y esta es otra forma de imposición.
    Siendo Estados Unidos y Europa (pero sobre todo Estados Unidos) nuestros únicos referentes, del mismo modo son nuestras únicas aspiraciones, por lo que se empiezan a dar fenómenos como la de toda una generación con nombres anglosajones (Jennifer, Bryan, Scarlett), programas o películas mexicanas dirigidas ad hoc al estilo gringo (como la CQ o “No manches, Frida”) o  la sustitución de palabras en español por otras en inglés que se podrían traducir perfectamente a nuestro idioma (firendzone, fuck, BFF).
    Aún no sé exactamente si el Halloween en México se adopta por imitación o por imposición de su presencia en los medios de comunicación (justo en fechas similares a nuestros festejos de día de muertos) pero de lo que estoy segura es de que la causa (o sea, el imperialismo y el discurso cultural hegemónico) es abrumadora. Quizá deberíamos cuestionar algunas de nuestras costumbres.
    Por otro lado, cuando la industria cinematográfica de Hollywood volteó a ver el Día de Muertos no pudo evitar pasarlo por el cristal de lo exótico, lo folclórico y lo pintoresco, retratando una costumbre muy alejada de la realidad en la cinta  007:Spectre, en la que el Jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera,  posteriormente se basó para la idea del desfile de Día de Muertos, el cual se llevó a cabo en la CDMX. El caso de Mancera y el desfile es ilustrativo, porque hasta donde sé, en la Ciudad de México jamás se había llevado a cabo un desfile para celebrar esa festividad. Por un lado, le damos gusto a los turistas para que no se vayan a decepcionar cuando vengan y no encuentren lo que Hollywood les dijo que verían, y por otro lado, Mancera tiene un elemento más para promover la marca CDMX (que ya hasta tiene logotipo). Cuando se llevó a cabo el desfile organizado por el gobierno de la Ciudad nos volvimos cómplices de una tradición inventada en el cine, y además, de un cine en el que ni siquiera cabe la visión de nuestro país sobre nosotros mismos.
      El peligro de la visión hegemónica en la cultura es que siempre es incompleta y siempre terminará por reproducir estereotipos del menos empoderado, pero el verdadero problema en el caso de México es que dicha  mirada hegemónica se reproduce en el imaginario colectivo de la misma sociedad que está siendo caricaturizada y peor aún, es la sociedad mexicana la que legitima un discurso totalmente  erróneo y desinteresado por su cultura, que es deformada para mercantilizarse.
     Ahora viene en camino la película Coco, que aunque anuncie la participación de mexicanos en su producción,  es probable que nuevamente traiga consigo una visión externa de las costumbres de nuestro país. Seguramente la película cubrirá la mayor parte de las funciones de las salas mexicanas (tomando ventaja frente a las producciones locales) y entonces tendremos una vez más una versión folclorizada de un país al que sólo le interesa vernos a través de sí mismo. Quizá el próximo año decoremos nuestras ofrendas con papel picado fabricado por Pixar.

Cecilia Mv

Referencias:
Doy crédito a la profesora Matilde Souto Mantecón de la FFyL por la definición de imperialismo que utilicé en mi nota al pie.




[1] Entendiendo como imperio a una forma de gobierno que desde una posición hegemónica se impone sobre grandes extensiones territoriales y afecta la soberanía de otros gobiernos a través de la coerción, que puede ser económica, política o por la fuerza. Un imperio puede ser formal o informal.

lunes, 23 de octubre de 2017

En defensa de Cataluña

En días pasados, la crisis política alrededor de la comunidad catalana se ha profundizado. El gobierno central español, encabezado por el Partido Popular en manos de Mariano Rajoy, y a la sombra del Rey, ha adoptado una estrategia agresiva de intimidación. Ante las amenazas de aplicación del artículo 155 de la Constitución Española de 1978, el govern del independentista Carles Puigdemont podría ser desconocido de un momento para otro.

El artículo 155, dota de un poder excepcional al Gobierno de España para defender el "interés general" frente a los intereses particulares de las autonomías:

"Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general."

Por supuesto, Bruselas respalda la decisión del Consejo de Ministros, constatando la legalidad constitucional de la intervención. El debate en torno a la legalidad de las medidas pactadas por el PP, el PSOE y Ciudadanos, desde mi punto de vista, es irrelevante mientras que el Tribunal Constitucional no se pronuncie de manera definitiva. Lo que se encuentra en juego, en realidad, es la legitimidad misma de las leyes e instituciones españolas, que aún cargan con los restos de la dictadura franquista.

La adopción del parlamentarismo permitió la apertura política a sectores de la sociedad que habían sido desestimados. Sin embargo, la transición democrática de fondo quedó inconclusa, estableciendo un sistema elitista y minoritario. Más allá de la influencia jurídica de las Leyes Fundamentales del Reino en la tradición legal española, la permanencia de una estructura desigual y asimétrica en la toma de decisiones ha sido característica del desarrollo en el campo electoral.

Desde esta perspectiva, la cuestión de Cataluña no se reduce al afán independentista del Partido Demócrata Europeo Catalán —y se encuentra cercanamente relacionada al movimiento nacionalista vasco—. El problema Catalán es un problema colonialista, que pone en evidencia la herencia imperialista de un gobierno español forjado en las fauces de una dictadura fascista que, hasta nuestros días, sigue impregnando a las instituciones y leyes monárquicas.

Claro, en un país gobernado por una monarquía —sea o no constitucional—, es imposible esperar un verdadero régimen democrático y popular, o un simple respeto a los principios del diálogo y la negociación política. La crisis ideológica española no se termina en la discusión sobre la libre determinación de los pueblos; se extiende hasta la realidad de un pueblo oprimido por la tradición monárquico-fascista conservadora, que distribuye la participación política como un privilegio exclusivo para las minorías.

Ahora, me resulta sorprendente encontrarme con tal polarización de la opinión pública. Basta con navegar por las redes sociales para verificar la cantidad de opiniones encontradas al respecto. Desde aquellos que defienden la permanencia catalana y la intervención del Gobierno basándose en un criterio positivo de legalidad, hasta aquellos mismos que niegan la legitimidad del govern para emprender tal acto revolucionario.

Es por ello que, en breves palabras, pretendo responder a aquellos que defienden la opresión y autoritarismo del gobierno conservador y retrógrada que dirige a nuestra nación hermana; y que pretende conservar los territorios catalanes y vascos a cualquier costo.

En primer lugar, apelo a la exposición magistral de Ferdinand Lassalle en 1862. Todo estudioso del derecho y las ciencias sociales, presupongo, estará familiarizado con los preceptos teóricos de ¿Qué es una constitución?. Sin lugar a dudas, Lassalle llega a la demostración sobre la importancia de los factores reales de poder en la formulación de la norma constitucional. La ley, entonces, no es un aparato normativo-ético que pueda identificarse con la moralidad y la legitimidad de la justicia. Por el contrario, el texto constitucional es una manifestación de los intereses y relaciones de los legisladores, que a su vez responden a distintos poderes fácticos dentro de las sociedades.

Así, resulta insuficiente argumentar en contra de la separación catalana basándose únicamente en su ilegalidad. Innumerable cantidad de revoluciones y movimientos sociales, que llevaron a la construcción de los Derechos Humanos y la libertad individual —valores ahora incuestionables—, fueron en su momento transgresiones a las normas positivas de un régimen opresor. La misma Hannah Arendt, en Eichman en Jerusalén, se ocupa del debate en torno a la legalidad del régimen nazi, y su confusión con la legitimidad.

En segundo lugar, y me gustaría ahora retomar la obra de Thomas Payne, la tradición histórica y constitucional no es suficiente para justificar un contrato social. En su Common sense —que irónicamente sigue sin ser common sense—, Payne defiende la independencia de las Trece Colonias reconociendo que ninguna generación posee el derecho de someter a sus sucesores a un régimen monárquico o a sujeción de cualquier tipo. Los legisladores actuales y pasados no tienen el derecho de desaparecer la libertad de aquellos que aún no han nacido ni han sido representados. Es, por tanto, imposible que cualquier cuerpo colegiado decida, permanentemente, someter a un pueblo al despotismo de la dependencia.

Los ciudadanos catalanes tienen todo el derecho de decidir por sí mismos su pertenencia a la unión española, en cualquier punto de la historia.  A pesar de la hermandad que compartió Cataluña con las otras comunidades españolas, las transgresiones del Gobierno han dañado para siempre la relación recíproca de confianza y solidaridad. Como diría Milton: "Jamás la verdadera reconciliación puede crecer allí donde las heridas de odio mortal han penetrado tan hondamente".

Lo mejor es la separación; la independencia y la libertad.

Rodrigo Salas
@Saur_tafly

miércoles, 11 de octubre de 2017

Lennon y la sátira del poder

Si Lennon no hubiera sido asesinado, hubiera cumplido 77 años. Y aunque el hubiera no existe, podemos dejar a la curiosidad cómo pudo haber sido su comportamiento ante la situación actual del planeta. A lo mejor, por su conocido carácter pacifista, hubiera sido un ferviente crítico de la guerra de Irak, o hubiera apoyado como ninguno al movimiento antinuclear, tal vez hubiera sido expulsado por el gobierno de Estados Unidos por estar en contra de Donald Trump, o hubiera organizado un concierto para Black Lives Matters.

No lo sabremos nunca, pero tenemos su repertorio, que sirve para las próximas generaciones, como himnos y cantos para la construcción de una sociedad con más besos y menos fusiles. Aunque Lennon no es un filósofo político con una teoría exorbitante estudiada en las universidades, fue desde la música un crítico del poder. Cuando cantaba: But when you talk about destruction, don’t you know that you can count me out, era porque sabía que la violencia era autoritarismo sin importar el bando político donde se ejerciera, no era poca cosa decir eso, en un mundo donde se vivía en la bipolaridad por la Guerra Fría.

Con la efervescencia de los años setenta, Lennon paso de ser el chico de la boy band, a ser parte del elenco de protestas. Se hizo amigo de las Panteras Negras, financió mítines para los radicales, y fue crítico de la guerra de Vietnam. No tomado enserio por quedarse en cama con Yoko Ono, como una forma de boicot en protesta a la guerra. Lennon, en su manera de desobedecer cívicamente, fue no sólo criticado por los conservadores, sino también por la izquierda clásica de los comunistas, porque sin duda era ridículo. Ese era su objetivo, ridiculizar al poder.

A los últimos años de su vida, Lennon y Ono, crearon una utopía conceptual, parecida a la de  Imagine en su departamento de Nueva York. No tenía fronteras, no tenía líderes, no existían religiones, sólo gente; pero como no había registros, la población era desconocida, su bandera era blanco como la de la paz o la tregua. Era una sátira política, una manera de burlar el poder desde una teoría de lo absurdo.

Lennon no estudió filosofía ni ciencias políticas, pero desde la inspiración artística satirizó, burló, y contrapesó el poder de los poderosos, su método no eran las armas, sino los versos. Lo suyo no era la toma del poder, era la toma de la cultura. ¿Quién sabe? A la mejor alguna vez leyó a Gramsci.


Hoy el ex Beatle, nos puede servir no solo para hacer bed-ins, también para hacer de la protesta, una creación original, no de manera leninista, sino ‘’lennonista’'.

Jordan Castro
@simiomarino