viernes, 27 de octubre de 2017

De calaveras, marcas y disfraces.

De calaveras, marcas y disfraces

Nota: Quiero aclarar que no me adhiero a una postura nacionalista que afirme que existen esencias de la mexicanidad o bien, que existe algo tal como la naturaleza estadounidense. Sé que toda cultura es heterogénea y diversa. La diferenciación entre cultura mexicana, cultura española, cultura prehispánica y cultura estadounidense es con fines analíticos y prácticos.

   A unas semanas de los dos primeros días de noviembre, restaurantes, mercados y escuelas comienzan a sacar los adornos de Día de muertos. Reforma se llena de calaveras y flores de cempasúchil y en las casas y en los locales se comienza a poner ofrendas impresionantes. En esta ocasión los adornos de Día de muertos no vienen solos, y es que en los últimos años se ha ido gestado poco a poco una revoltura de catrinas y fiestas de disfraces, de convivios en las escuelas con pan de muerto y telarañas artificiales o mercados locales típicos vendiendo calaveras de azúcar y brujitas de chocolate. Es decir: estamos presenciando, cada vez con más solidez, un sincretismo cultural entre la tradición del Halloween y el Día de Muertos.
    Contrario a lo que muchos de los anti haloweenistas piensan, yo me declaro incompetente de antemano para combatir la influencia de esta tradición extranjera en las tradiciones mexicanas. No sólo dudo considerarlo pertinente, sino que además, desarticular elementos culturales arraigados  muchas veces es un caso perdido. Lo que definitivamente reconozco es que no simpatizo con la adopción del Halloween en México, y si bien considero banal la batalla en contra de ésta, al contrario, creo que explicar por qué no me adhiero a su adopción sí es una ganancia.
    Considero innecesario exponer los orígenes del Día de muertos y explicar por qué es tan importante en la cultura mexicana, ya que no creo que la presencia de una tradición extranjera esté (en este caso) desplazando a la tradición originaria ni creo que le esté restando importancia. Más bien me gustaría explicar dónde tiene su origen mi antipatía, y eso es en las causas del sincretismo.
     Mi disgusto con la adopción de esta tradición dista mucho de que el Halloween sea una tradición extranjera. El carácter foráneo por sí mismo no es un argumento suficiente, y además, mucha gente sostiene que tradiciones como la Navidad o algunos elementos del mismo Día de muertos son otra adaptación de tradiciones cristianas y europeas, y sin profundizar mucho, esa afirmación es cierta.
   Es importante matizar esto último ya que a México y a Hispanoamérica no lo podemos entender como una región exclusivamente de tradiciones autóctonas. La cultura mexicana e hispanoamericana actual nació como un auténtico mestizaje racial, cultural y lingüístico, donde el mestizaje y el sincretismo es la cultura misma.
   Ahora bien: dicha cultura fue producto de una cruel y duradera colonización. Si dicho sincretismo tuvo los resultados actuales se debe meramente a que la imposición de la colonización española no triunfó del todo frente a la culturas originarias de América, y éstas tuvieron que encontrar nuevas y complejas maneras de sobrevivir, dando como resultado a híbridos como la vírgen Tonantzin Guadalupe (clara combinación del catolicisimo y una religión prehispánica), los particulares festejos navideños como “La Rama” o las posadas, así como el lenguaje (que combina el castellano con palabras de origen indígena) o como la comida (basada en productos originarios de América, Europa y muchos otros de Asia o África). Y es que los imperios inevitablemente producen intercambios y aportaciones recíprocas, pero siempre es una sola de las dos partes la que recibe más beneficios y la que finalmente se impone sobre la otra. El intercambio es desigual y los sincretismos son inevitables.
     Partiendo de esta explicación y viviendo en un país más que consolidado como mestizo, me resulta difícil tachar el sincretismo de la cultura española con la prehispánica como buena o mala, pero escribiendo desde mi presente y marcada por un contexto de otro tipo de imperialismo que ha afectado tanto a mi país como al resto del mundo ante mis propios ojos, ¿cómo debo juzgar las consecuencias culturales que surgen de su imposición?
     Aunque hablar del “imperio yanqui” suena a un lugar común y a veces hasta a una postura dogmática, peca de acrítico el que niegue el carácter imperial de nuestro vecino del norte [1], quien se impone económica, política y culturalmente frente a los demás países, sobre todo a los del mundo occidental y más aún a los que tiene cerca, como México.
     Si bien es cierto que la mayor parte los productos consumimos son estadounidenses y que la desproporcionada cantidad de cine y televisión norteamericana que vemos frente a la de otras naciones no pasa por las armas antes de pasar por nosotros, existen otras maneras de imponer la cultura, por ejemplo, monopolizándola. Cuando la mayoría de la industria cinematográfica que consumimos pertenece a  Estados Unidos, es porque no hay de dónde escoger; cuando el estereotipo principal en los medios son actores y actrices estadounidenses (muy lejanos al fenotipo latino) son lo único que se considera bello, es porque no hay de dónde escoger; cuando se cambia de canal y hay que elegir entre Drake y Josh o Friends, no hay de dónde escoger; cuando la industria musical promociona a Ariana Grande o a Foo Fighters, no hay de dónde escoger. Es decir que, la hegemonía política y económica es un pase directo a  la hegemonía cultural e ideológica y esta es otra forma de imposición.
    Siendo Estados Unidos y Europa (pero sobre todo Estados Unidos) nuestros únicos referentes, del mismo modo son nuestras únicas aspiraciones, por lo que se empiezan a dar fenómenos como la de toda una generación con nombres anglosajones (Jennifer, Bryan, Scarlett), programas o películas mexicanas dirigidas ad hoc al estilo gringo (como la CQ o “No manches, Frida”) o  la sustitución de palabras en español por otras en inglés que se podrían traducir perfectamente a nuestro idioma (firendzone, fuck, BFF).
    Aún no sé exactamente si el Halloween en México se adopta por imitación o por imposición de su presencia en los medios de comunicación (justo en fechas similares a nuestros festejos de día de muertos) pero de lo que estoy segura es de que la causa (o sea, el imperialismo y el discurso cultural hegemónico) es abrumadora. Quizá deberíamos cuestionar algunas de nuestras costumbres.
    Por otro lado, cuando la industria cinematográfica de Hollywood volteó a ver el Día de Muertos no pudo evitar pasarlo por el cristal de lo exótico, lo folclórico y lo pintoresco, retratando una costumbre muy alejada de la realidad en la cinta  007:Spectre, en la que el Jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera,  posteriormente se basó para la idea del desfile de Día de Muertos, el cual se llevó a cabo en la CDMX. El caso de Mancera y el desfile es ilustrativo, porque hasta donde sé, en la Ciudad de México jamás se había llevado a cabo un desfile para celebrar esa festividad. Por un lado, le damos gusto a los turistas para que no se vayan a decepcionar cuando vengan y no encuentren lo que Hollywood les dijo que verían, y por otro lado, Mancera tiene un elemento más para promover la marca CDMX (que ya hasta tiene logotipo). Cuando se llevó a cabo el desfile organizado por el gobierno de la Ciudad nos volvimos cómplices de una tradición inventada en el cine, y además, de un cine en el que ni siquiera cabe la visión de nuestro país sobre nosotros mismos.
      El peligro de la visión hegemónica en la cultura es que siempre es incompleta y siempre terminará por reproducir estereotipos del menos empoderado, pero el verdadero problema en el caso de México es que dicha  mirada hegemónica se reproduce en el imaginario colectivo de la misma sociedad que está siendo caricaturizada y peor aún, es la sociedad mexicana la que legitima un discurso totalmente  erróneo y desinteresado por su cultura, que es deformada para mercantilizarse.
     Ahora viene en camino la película Coco, que aunque anuncie la participación de mexicanos en su producción,  es probable que nuevamente traiga consigo una visión externa de las costumbres de nuestro país. Seguramente la película cubrirá la mayor parte de las funciones de las salas mexicanas (tomando ventaja frente a las producciones locales) y entonces tendremos una vez más una versión folclorizada de un país al que sólo le interesa vernos a través de sí mismo. Quizá el próximo año decoremos nuestras ofrendas con papel picado fabricado por Pixar.

Cecilia Mv

Referencias:
Doy crédito a la profesora Matilde Souto Mantecón de la FFyL por la definición de imperialismo que utilicé en mi nota al pie.




[1] Entendiendo como imperio a una forma de gobierno que desde una posición hegemónica se impone sobre grandes extensiones territoriales y afecta la soberanía de otros gobiernos a través de la coerción, que puede ser económica, política o por la fuerza. Un imperio puede ser formal o informal.

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