viernes, 29 de septiembre de 2017

La propiedad privada del financiamiento publico

No solamente fue un sismo que movió la tierra, movió las conciencias. La solidaridad que se vivía en las calles de la Ciudad de Mexico era sorprendente para una ciudad que es individualista cualquier otro día del año. A pesar de la tragedia, es esperanzador saber que un pueblo sí se puede unir para salir adelante de la catástrofe. Esto originó en las redes sociales distintos debates, principalmente sobre la reducción del presupuesto de los partidos políticos, para que los partidos puedan donar el dinero a la reconstrucción de las zonas afectadas.


El INE aprobó este año el presupuesto y reconoció que se trataban de las elecciones mas caras en la historia de Mexico.  Juntando lo que se les dará por Estado, los partidos recibirán 11 mil 904 millones de pesos. Esto destinado a cosas tan inservibles y vacías en propuesta, como su propaganda electoral. ¿Entonces por qué no destinarlo a donde verdaderamente ayude? Por una razón: los partidos políticos se han apropiado tan bien del dinero publico, que pareciera que ya es su propiedad privada, y es tan complicado reducirlo, ya que es el único presupuesto que esta en la Constitución es de los partidos. 

Reducir el presupuesto a los partidos políticos, me parece sano, y que la gente decida cómo se va gastar ese 50 por ciento restante, me parece democrático. Para que se deje de invertir todo ese dinero en lo que gastan los partidos, como sus asociaciones clientelares, sus ridículas propagandas y puedan mejor dedicarse a generar propuestas y debates. Es democrático, por que la gente sabrá como se gastara el dinero que es de todos.Varios de mis compañeros aseguran que eliminar o reducir el presupuesto público daría entrada a ‘’una privatización de la política’’, dejando el campo limpio para los grandes empresarios, o que incluso, los políticos desesperados en buscar fondos recurrirían al narcotráfico. La preocupación es normal y entendible, sobre todo en un país donde aun imperan las desigualdades. No sólo se necesita una reducción, también fiscalización para saber de donde vienen los recursos. 

Pero qué tal si volteamos la balanza en torno a la defensa del presupuesto a los partidos ¿Si el esquema del financiamiento publico necesario para generar igualdad, entonces porque sigue siendo predominante el mismo partido que hace hace menos de 30 años se le conocía como ‘’la dictadura perfecta’’? ¿Si con ese dinero es posible que nuevas fuerzas políticas puedan entrar a la contienda, porque los partidos nuevos terminaron siendo satélites (con la excepción de Morena, que fue mas una escisión del PRD)?  ¿Qué tal si la desigualdad política no recae en la reducción del presupuesto si no en los requisitos que se necesitan para formar un partido político?

Jordan Castro


@simiomarino

jueves, 28 de septiembre de 2017

Políticos y Damnificados

En días recientes, las redes sociales han estado más activas de lo normal. Los sismos en México vinieron a romper con la cotidianeidad de los usuarios y no sólo las noticias compartidas han inundado los muros de Facebook y el timeline en Twitter. También solicitudes de apoyo, mensajes solidarios, convocatorias para salir a apoyar a las calles y no podían faltar los memes. Esta coyuntura movilizo a todos y cada uno de los sectores de la sociedad desde obreros, trabajadores, estudiantes y por su puesto todos los miembros de la clase política, quienes buscaron sacar ventaja y no se quedaron con los brazos cruzados. Buscaron la forma de ayudar a los damnificados y de paso ayudarse de ellos. No faltara el que me acuse de reaccionario y cómplice de los partidos políticos, tampoco faltará el que critique y descalifique mis palabras. En todo caso, espero que tampoco falte el que con cabeza fría me lea y quiera polemizar, que contraargumente cualquier falla o vacío que pueda existir. Estoy consciente de que es un tema sensible y no espero que todos estén de acuerdo conmigo. Sin embargo, si hay que reconocer algo es que los políticos han buscado mecanismos para ayudar, algunos con buenas ideas, otros con pésimas ideas y algunos otros simplemente pasaron a joder a quienes ya estaban afectados.
Hablar del financiamiento público de los partidos políticos no es un tema nuevo, es una discusión de años, incluso me atrevería a decir que desde que existe legalmente la asignación presupuestaria para los partidos hay quienes se posicionan tanto a favor como en contra. En días recientes, los acontecimientos ocurridos desde el sismo del pasado 7 de septiembre desataron nuevamente la polémica en torno al uso del dinero que se les asigna a los partidos. Para las próximas elecciones se ha asignado un presupuesto récord en la historia de México (11.9 mil millones de pesos) y ahora que existen necesidades más importantes, estamos todos de acuerdo con que ese dinero podría tener mejor utilidad que simplemente pagar campañas electorales. Pero también se han buscado otras formas de utilizar el dinero que es de todos los mexicanos y canalizarlo a los damnificados.
Desde el Senado de la República, el presidente de la mesa directiva, Ernesto Cordero se puso las pilas y no se quedó con los brazos cruzados. Pensando en los damnificados de Chiapas y Oaxaca decidió abrir una cuenta bancaria para que todas y todos los interesados en solidarizarse pudieran depositar en ella y todo ese dinero fuera entregado directamente a las comunidades afectadas, claro a nombre del Senado. Heroicas acciones de Cordero y de todos los demás Senadores, pero más heroico sería que de sus propios bolsillos, o, mejor dicho, de sus cuentas bancarias salieran todas las donaciones. Por lo menos con un mes de sueldo de cada Senador, que según el Diario Oficial de la Federación son $116.6 mil pesos (sin contar todos los bonos de la dieta parlamentaria) se juntaría una cifra muy cercana a los 15 mdp y si lo diputados, también, se pusieran solidarios y destinaran, igualmente, un mes de sueldo, que como mínimo (ya con deducción e impuestos y sin contar los bonos y primas) serían $73,910.81 pesos por diputado. Entre los 500 se juntaría otros 9.5 mdp. Con solo ese “sacrificio” por parte de los miembros del cuerpo legislativo se podrían destinar 25.5 mdp, que no son nada despreciables por los que de verdad lo necesitan, los miles de damnificados en Chiapas y Oaxaca que, con el pasado sismo del 23 de septiembre, volvieron a sufrir grandes pérdidas materiales. Tampoco son nada para las grandes dietas que perciben mensualmente los legisladores.
El 14 de septiembre al dirigente nacional del Movimiento Regeneración Nacional se le ocurrió otra brillante idea para apoyar a los damnificados. Andrés Manuel López Obrador propuso que el 20% del presupuesto asignado para la campaña del 2018 fuera destinado íntegramente para los damnificados, y, de paso, invitó a que los demás dirigentes hicieran lo mismo. No faltaron las críticas de los miembros de otros partidos, quienes acusaban a AMLO de oportunista político y rechazaban completamente dicha propuesta alegando ilegalidad. Sólo tuvo que llegar el segundo sismo el 19 de septiembre para que los demás partidos sintieran la presión de la sociedad civil y dejaran de lado las excusas tontas. El 20 de septiembre, el Partido Revolucionario Institucional saca un comunicado en el que informa que destinarán 25% de los recursos destinados para campañas políticas, es decir 258 mdp, obviamente no fue de gratis, pues todos los medios de comunicación enaltecieron dicha acción y le pusieron la capa de héroe al PRI. AMLO no se quedó con los brazos cruzados e inmediatamente subió la apuesta a 50% del presupuesto y hasta el día 23 de septiembre el Consejo nacional de Morena aprobó dicha solicitud.
En este juego político preelectoral, el Frente Ciudadano, conformado por el PRD, PAN y Movimiento Ciudadano, no quiso (ni podía) quedarse atrás y entre los tres dirigentes nacionales de dichos particos (Alejandra Barrales, Ricardo Anaya y Dante Delgado, respectivamente) publicaron un video en el que se volaron la barda. Su propuesta desesperada consistía en destinar el 100% de los recursos para campañas a los damnificados por los sismos. Además, presentaron una propuesta de ley que reformaría la Ley Federal de Partidos Políticos para eliminar el presupuesto público a los partidos. De aquí surgen muchas dudas y muchas críticas a dichas propuestas. Para empezar, si destinan totalmente los recursos, ¿Cómo es que piensan financiar sus campañas? O ¿Es que acaso son tan ingenuos para pensar que por hacer eso la gente se va a convencer de que ellos son la mejor opción y le dará el voto al Frente Ciudadano, aún sin tener un candidato? Lo que piensan, mas bien, es financiarse a través de sus militantes, pero algo que pasan por alto es que financiar campañas políticas completamente con dinero privado ¡Es ilegal!
En un principio Senadores del PRD y del PAN atacaban a Andrés Manuel por que su propuesta, según ellos, era inaceptable e ilegal. Ahora vienen ellos articulando un plan sin fundamentos legales y meramente populistas (algo de lo que también siempre se le criticó a López Obrador). ¿En dónde quedó la coherencia del Frente Ciudadano? La desesperación de estos tres es cada vez más evidente.
La iniciativa de reforma que proponen es un tema en el que hay que detenerse y hacer una profunda crítica, hay que analizar que es lo que realmente proponen, pues, no sólo es peligroso, sino que además resulta demasiado atractivo para muchas personas que están cansados del despilfarro de los partidos políticos en campañas electorales, lo que lo hace doblemente peligroso. Lo que implica esto es que si se aprueba esta ley y la sociedad civil la apoya, el régimen electoral en México sería completamente privatizado y la política quedaría en manos de los empresarios. Esto es inaceptable. Ya ahondaré más en este tema en una futura ocasión. La buena noticia es que toda modificación a la normatividad electoral debe hacerse 90 días antes de empezar el proceso electoral y éste ya arranco hace unas semanas, por lo que la discusión de dicha propuesta se hará hasta el año siguiente, pasadas las elecciones del 1 de julio de 2018.
Efectivamente, la carrera por la presidencia ya inicio y lo que hemos visto aquí, no es otra cosa que disputa política proselitista y oportunismo político disfrazado de solidaridad. Toda ayuda emanada de los actores políticos lleva consigo intereses políticos y hay que tener mucho cuidado con esto. Se agradece que el ayudar a quien lo necesite esté en boca de todos, pero se repudia que no se haga con intención de ayudar simplemente, se repudia que los intereses políticos sean lo que mueva realmente este dinero. Si es que realmente lo políticos quieren ayudar, que lo hagan a título personal y que cierren la boca (y las redes sociales).

Aldair Guillén Zamora
@all_brann

martes, 26 de septiembre de 2017

Existo y luego pienso, o ¿cómo era?


Ayer desperté. Por primera vez me sentí mío; mis manos, mis piernas, mis ojos y mi boca. Nunca lo había pensado así, es decir, en qué me momento me había convertido en mi yo. No puedo decir que en algún punto fui tú o fui él, porque escapa a la realidad y, siempre he sido yo y no obstante de ello, sentir por primera vez está sensación que escapa mi conocimiento, romper con todo un mundo propio, en el cual me cobijaba, me asusta. Por primera vez soy libre, soy autoconsciente, soy libre de, pero ¿cómo puedo ser libre para? ¿Por qué toda esta angustia y desesperanza me consume y me pierde? ¿Acaso aquellos pasos, aquellas palabras, aquellas columnas que me daban sostén, ahora me parecerán para siempre un mundo extraño? Lo pienso y lo pienso, me agoto pensando en las respuestas, pero no encuentro consuelo.

«El acto de desobediencia, como acto de libertad, es el comienzo de la razón»  y ahora cae en mí la idea más precisa. Mis sentidos me engañan, me detienen y se burlan en mi cara. El acto sensible es el acto menos puro, yo, como un balde lleno de manzanas, debo de vaciarlo todo y llegar a la verdad por medio de la razón. Cogito ergo sum, todo llega en un mundo ideal, logro entender cada parte de lo que no es mío, de lo que me rodea y cada vez me siento menos engañado. Pero hay un problema, el proceso cognoscitivo trascendental necesita algo, un tanto que decirme acerca de cómo conozco todo. Tal vez el apriorismo me ayude, proyecto cada objeto y antes de tener una experiencia sensible lo he conocido, de forma tal que mis sentidos solo comprueban mi concepto, mi memoria y mi mente. Aun así, hay cosas que van más allá de mi relación con los objetos, es decir ¿puedo ser yo el sujeto y el objeto a la vez en el proceso trascendental? ¿La justicia es algo qué solo puede vivir en mí y si no logro proyectar y superar dicha contraposición objeto-sujeto, cómo he de conocerla? ¿Si los axiomas y principios no existen, me he mentido a mí todo este tiempo -el corto tiempo en el que he sido consciente-? y si como dice Dostoievski, si Dios existe no todo está permitido, pero "si Dios no existe... todo está permitdo; y si todo está permitido la vida es imposible".

Si soy libre soy egoísta. Busco todo lo que me haga ser yo y me ponga por encima de todo. Necesito algo que me restringa en mis noches de más dura inlucidez, cuando no haya nada que me detenga y busque mis más duras pasiones. Debe existir un monstro más grande que yo, que me imponga la reprensión de mis impulsos; debo por tanto sublimar mis pulsiones ¿será cierto que todas nuestras pulsiones son meramente sexuales? ¿Si en esta distinción entre yo y el ello, existe algo más, un súper yo, necesitamos algo parecido para todos los hombres en comunidad? Porque entiendo que en esta distinción, entre mi estado de naturaleza más puro y ahora mi estado de hombre de cultura, hubo algo. Estas pautas que me detienen y me dan displacer, son producto de nuestra larga historia; de nuestra idea de un pacto, de un contrato social que nos restringa, es, en fin, obra de la Cultura y de la Historia y al final solo me queda una pregunta ¿Elijo ser un hombre de naturaleza o un hombre de cultura? Creo que no me queda de otra, yo ya soy un hombre de cultura...

Yo decidí limitarme. Decidí amar a mi prójimo, darle ayuda y apoyo. Decidí crear leyes justas, que se decidieran por el poder de la voluntad popular, del Volkgeist -espíritu del pueblo- por qué nuestra libertad y nuestro espíritu no pueden ser nunca injustos. Levanté a las masas y derrocamos al Ancien Régimen, al régimen que no buscaba la verdad y que se quedó inmerso en la obscuridad. Mi razón se volvió ley, encontró un nuevo mundo donde las columnas de Hércules se desvanecieron y donde ya no parece imposible nada, pues el hombre es el centro del universo. Creé constituciones y di garantía, reconocí y protegí los derechos más puros del hombre: la vida, la igualdad, la libertad y la propiedad. Por fin se despertó el poder del capital, la libertad más pura del hombre, la competencia del más hábil y el terreno de un nuevo despertar. 

Pero si pido libertad solamente me asusta el miedo mismo. Me espanta el rencor que solloza firme en el alma, por quienes miles murieron y otros tantos vivieron, contando solamente la historia de algunos cuantos que se levantaron. Mi pecho desnudo se levanta como señal de un nuevo comienzo, mientras la bandera se ondea firme ante el viento que clama lo mismo: liberté, égalité, fraternité; mientras miles de almas gritan por la triste pérdida que han sufrido y los niños… ¡sí! los niños, siguen clamando por un novum sole. Quizá, solamente es un sueño furibundo, pero no he de poder saberlo hasta despertar con el sol de la mañana –fresco y resplandeciente- sol de la mañana. Mientras tanto la noche azota junto con las bayonetas y los cañones, que disimulan su sonido, pues su canto me alienta más de lo poco que pudieran alejarme ¿qué tanto he de pelar por la cultura? ¿Por qué esto me sigue alentando a luchar? Es decir ¿por qué la pluma de algunos cuantos cándidos me siguen levantando el ánimo de batalla, mientras que los contrarios, creen que solamente la vida puede continuar bajo la potestas temperata

Pero por alguna extraña razón,  la idea de justicia se ha prostituido por la ficción de la política. Esa entelequia que debía de salvaguardarnos se cae a pedazos. El mounstro del leviatán que debió protegernos, nos enseña que el único mounstro es el hombre en sí. Homo homini lupus; el hombre que no le teme a nada y que ha aprendido a no temerle al mounstro de diez cabezas, que asesina a sus pares con frialdad y sin recato. Me espanté ante tanta individualidad y consciencia; y como pasa en el hombre, cuando se asusta por su misma autoconsciencia, busqué empeñarme ante la idea de un gran salvador, de una única opción capaz de redimir el salvajismo de la libertad total. Ante mis ojos vi caer a mis hermanos por la idea de una salvación racial, justificada en la  metaidea hiperazonada de  la razón misma. Me creí salvador y salvado y perpetúe la más cruel idea. Puse mi empeño en cederme por completo para no volver a ser libre y todo porque me asuste en el camino, porque en el trayecto me di asco de ser yo el único responsable de mis actos; porque al final de todo, mi razón se acercó tanto a la verdad, que no pude soportarla y decidí renegarla.

Ahora que veo todo y me vuelvo a pensar. Ahora que pienso y luego existo, me disgusto algunas veces de haber cortado el camino. De haber cedido toda mi capacidad por la idea de una salvación en la que todos fuéramos iguales y estuviéramos seguros de lo que hubiere de suceder. Pero si como dicen, nada son hechos y todo son interpretaciones,  tal vez -y solo tal vez- pueda revertir todo lo ocurrido. Me vuelvo a pensar y busco mi esencia y logro contestar un poco la pregunta de Dostoievski. Si Dios ha de existir, he de tener una esencia antes de mi existencia, debo de ser bueno o malo, justo o injusto; pero si por el contrario Dios no existe, debo de existir antes de ser, no puedo juzgarme sin haberme vivido...

Hasta este punto he de reconocer que ya me he cansado. Ya no quiero pensarme más antes de existir, quiero seguir sin necesidad de darme tantos golpes en la cabeza. Decidí volver a coartar mi libertad, por un mundo en exposición constante, por un mundo de vida pornográfica en dónde he de ser transparente -ya no uniforme-. Aprendí a vivir cada instante y momento en una fugaz frialdad, porque al final solo soy una minúscula e insoluta partícula de la inmensidad misma; me dejé caer en la desesperanza y -como en su título expresa Kundera- en la insoportable levedad del ser. Ahora todo es exprés, todo es líquido y yo fluyo en el río. Para mí ahora todo es relativo, pero no a la forma de Heráclito (donde el río es y no es a la vez), sino a la forma de la más pura mentira, pues no existe la verdad - y donde no hay verdad, solo existe la mentira-. En fin, cuando antes pensaba y luego existía, ahora prefiero existir y luego pensar -eso sí, si llego a hacerlo- porque al final de todo, aunque mi libertad sea el bien más preciado que tengo, no quiero ser juzgado y prefiero vivir siendo feliz, que buscando una razón o una verdad. A veces luego recuerdo todo el camino que recorrí y me increpo a mí ¿será que al final mi libertad pudo ser el camino más puro para encontrar la verdad, todo ello ayudado por la razón? Pero en ese recuerdo me frustro y me vuelvo a asustar y me vuelvo a dar asco, pues al final de todo, sigo siendo pestilencia en un mundo de náuseas.
M.A. Rubio
@ilprubio



domingo, 24 de septiembre de 2017

A propósito del 19-S (Réplica)

Cuando escribí el primer artículo, no esperaba que la respuesta fuera tan diversa ni, mucho menos, tan seria —como la detallada entrada de Carlos Escobedo en Medium—.  Por supuesto, al ver los resultados me siento más que complacido, pues el objetivo principal de mis comentario era, justamente, encender el debate y polemizar respecto a los acontecimientos que se han desarrollado desde el pasado 19 de septiembre.

De cualquier forma, creo que ha llegado el momento de elevar el nivel del debate. Lo que proyecté como una columna coloquial para un sábado por la noche, tuvo un nivel de recepción inesperado. Así que aprovechare esta oportunidad, por un lado, para ejercer mi derecho de réplica y, por otro, para desarrollar algunos temas que pienso deben ponerse en la mesa.

En primer lugar, quiero decir que si el texto presentó algunos errores ortográficos fue simplemente por la premura y espontaneidad con la que fue escrito. En segundo lugar, me gustaría responder al análisis de Carlos diciendo que embarcarse en un debate sobre la existencia del sentido común, además de ser un recurso capcioso, pone fuera de contexto el punto mismo que trataba de comunicar de manera sencilla y accesible. ¿Por qué? Simplemente porque es un debate antiguo como la filosofía misma que, de ser tomado en serio, nos lleva a una postura relativista que ningún bien hace al intercambio de ideas.

Definitivamente no era el primer comentario que recibía criticando mis pretensiones normativas. Incluso, para mi sorpresa, recibí algunos comentarios que descalificaban mi posición como científico social —adjetivo que no me atribuí yo mismo—, por atreverme a definir lo que era correcto o incorrecto para la sociedad... Lo único que puedo decir al respecto es que si como estudiosos de las sociedades humanas no somos capaces de emitir opiniones sobre el camino que deben seguir los acontecimientos, entonces no cabe duda de que, como dicen algunos, las ciencias sociales son tan inútiles como la poesía misma —nótese esta última oración—.

Responder a un comentario sencillo, como lo fue el mío, con borrosos pasajes de un debate de tal calibre no me parece más que fuera de lugar. Aún así, y tomando con mucha seriedad el argumento, creo que cuando usé el término sentido común, se tenía por entendido que me refería a una construcción ideal bastante ambigua, pero que contaba con ciertas condiciones bastante precisas y definidas: racionalidad frente a las circunstancias, pensamiento crítico, responsabilidad por parte de personajes con relativa influencia mediática, reflexión antes que frenesí y, más que nada, una visión objetiva de los acontecimientos.

Para evaluar la presencia de todos esos constructos, no hace falta, como asegura nuestro buen amigo, una medición empírica sistemática, como un censo, o conocer información detallada de la cantidad de donativos versus la cantidad de víveres y herramientas necesarias para afrontar la catástrofe. Sin contar que numerosos estudios que conforman el corpus intelectual básico de las humanidades, más específicamente en el campo del pensamiento especulativo, se estructuran de la misma forma —todos ellos con un objetivo claro: conmover al lector y difundir ideas—, tan solo basta con voltear a nuestro alrededor para observar la creciente actitud de satisfacción que inundó las redes sociales al momento de sucumbir ante las más instintiva necesidad de reconocimiento (para no extenderme más en esto, pueden dirigirse a mi primera entrada para entender a lo que me refiero). Es más, si alguien pretende descalificar en sí el campo especulativo, me temo decirle que los simples cálculos de los métodos cuantitativos más avanzados (que con duras penas sirven para hacer predicciones, como los modelos jerárquicos multinivel y el más reciente machine learning), difícilmente van a aportar al debate sustantivo.

 Una vez aclarado lo anterior, creo que es momento de reconocer el problema fundamental detrás de toda la discusión, y que escondí con cuidado detrás de mis observaciones publicadas el sábado pasado. Lo que está en juego son visiones políticas diametralmente opuestas. Una que apela al populismo demagógico —a las respuestas sencillas—, y otra que apela a la profesionalización, al escrutinio de los problemas públicos y a la reconstrucción de la fracasada relación ciudadanía-función pública. Lo que constituye el fondo del debate es la responsabilidad de los expertos, analistas, servidores públicos y personajes de la cultura de tomarse su papel en serio (y aquí me dirijo principalmente a Eugenio Ang, que me aludió en su texto de anoche).

Hegel escribía, en su Filosofía real de Jena, que el Estado debe servir como sistema de integración de las disruptivas contradicciones de la sociedad civil. En palabras más simples: si permitieramos a la sociedad seguir sus tendencias inherentes libremente, se producirían las más terribles consecuencias –entre ellas la esclavización del hombre—.  Aún más, Hegel criticaba el elemento democrático de las sociedades contemporáneas el cual, sin organización, es irracional, injusto, inmoral y salvaje (me voy a ahorrar las citas al pie de página porque en un medio como este más allá de ser útiles resultan fastidiosas para el lector). Pero nada veía peor que la falsa oposición entre el gobierno y el pueblo, incitada ahora por nuestros más respetables intelectuales —digo intelectuales y no académicos, porque en la vida pública de nuestro país ambas expresiones se han alejado cada vez más—.

Esto me lleva al punto central de este ejercicio informal —resaltando la palabra "informal"—. La iniciativa presentada por el Frente Ciudadano por México (sí, el PAN y el PRD juntos), que busca la privatización —me niego a llamarlo de otra manera— del financiamiento político de los partidos, es una muestra de la alarmante ineptitud de la opinión pública para hablar de lo que realmente importa. En nuestros tiempos es más importante seguir la opinión popular que adentrarse de fondo en los temas más relevantes y posicionarse desde una perspectiva amplia e informada.

No me atrevo a lanzar esta crítica (y esto tiene que quedar clarísimo) al gran porcentaje de mexicanos que han sido excluidos, por las inmensas desigualdades estructurales, del debate público, y que no cuentan con los elementos suficientes para evaluar las graves implicaciones de la propuesta. Al contrario, mi crítica va para todos aquellos políticos y figuras oportunistas que, aprovechando la ignorancia, desencanto y desesperación de la gente, quieren hacer su "domingo siete". Y aún más a todos esos opinólogos de siempre que, por más que se llamen de izquierda o de derecha, han fallado en comunicar a la ciudadanía el verdadero significado de dicha estratagema electoral.

Por último, y para hacer esta réplica breve, respondo a Carlos, y a otros, cuando dice que no somos nosotros los millenials quienes nos echamos flores y nos reconocemos como héroes de los tiempos modernos. Abran su Twitter, entren a Facebook. No son sólo los medios televisivos quienes nos atribuyen tal bandera. Les aseguro que al menos un tercio de sus amigos más cercanos se han apropiado de la idea. Estamos rodeados de mensajes de éxito, sobre cómo la generación Y rompió los paradigmas y demostró ser empática, activa, solidaria y, sobre todo, unida.

Para mí es todo lo contrario —y que quede claro que esto es sólo una opinión más—. El 19-S no fue más que una oportunidad de confirmar que los jóvenes somos seres enajenados, que ignoran la realidad de las circunstancias con tal de ocupar el reflector e impresionar al mundo. Somos personas que, a pesar de contar con tanta información gracias a la era digital, nos rehusamos a razonar, y preferimos atribuir todos los males de nuestra sociedad a esos corruptos que se sientan detrás de escritorios en los edificios del gobierno.

Antes de finalizar, me gustaría ocupar un párrafo para cuestionar la idea misma de una generación millenial. Me parece ridículo, en un país con un índice de Gini arriba de 0.48, en donde la desigualdad se puede observar a simple vista —basta con transitar por Santa Fé, por decir un ejemplo— afirmar que existe una generación de jóvenes que recibieron al nuevo milenio con características socioeconómicas similares. En un país donde 46% de la población se encuentra en pobreza, donde sólo 25% de los jóvenes llegan a la educación superior y donde la movilidad social es mínima, es ridículo hablar de una generación con características culturales homogéneas —ya ni digamos en cuanto a oportunidades—. No es más que un mito que ignora la devastadora realidad de un país desgarrado por la desigualdad extrema. Me atrevo a decirlo, no existe tal cosa como una generación millenial.


Para concluir, reitero mi intención de elaborar y compartir por este medio diversas propuestas en vistas a una mejor cultura de prevención y protección civil, pero sobre todo, de manejo de desastres. Hasta la próxima semana, espero que esta entrada cause tanto revuelo como la primera, que originoó este debate.


Rodrigo Salas
@Saur_tafly

19/09: una historia por escribirse




Hay quienes afirman que la literatura no es otra cosa que un sueño colectivo. En los libros, las fantasías individuales, las imaginaciones más disparatadas, los delirios del enfermo y las pasiones soterradas del humano, de las que todos somos presa, cobran forma de palabras. Quienquiera que haya sido víctima de una buena historia se ha visto arrastrado en sus páginas, muy a pesar suyo, por los más bellos lugares y los páramos más desolados. El terremoto del pasado 19 de septiembre puede ser, como lo es para mí, un cúmulo versiones, historias y narraciones.

No habré sido el único que, mientras veía correr las ambulancias con su roja estridencia de sirenas, mientras observaba invadir los convoyes militares las calles en las que nuestra vida suele discurrir cotidianamente, pensó en escribir una crónica. Sin embargo: ¿qué tipo de historia es aquella que vamos a escribir? ¿Será la historia heroica, grandilocuente, en la que millones de jóvenes tomaron las calles para ayudar al prójimo, para rescatar a algún herido entre la piedra, o será esa otra historia, la del ojo crítico y rector, que acusa de desorganizada a nuestra sociedad? Ésta parece ser la controversia de los dos escritos que preceden al mío[1]. ¿Cómo rendirnos cuentas de este trepidante pasado inmediato, haciéndole justicia a las víctimas y sin perder objetividad, sin dejar de hacer crítica social? Es derecho de todo hombre escribir su historia, pues su historia, más que su ciudad, su casa, sus calles, sus deudos y sus amores, le pertenece.

Es verdad: hubo, y sigue habiendo, psicosis colectiva. Es cierto que las aceras se vieron atestadas de gente, que el pánico cundió; puede ser que, en algunos casos, el hambre de protagonismo primara sobre la voluntad real de ayudar organizadamente. A la pregunta de si son estos realmente defectos, da mucho mejor respuesta que la mía el texto “A propósito del 19-S (El sentido común si vende)[2]”, de Carlos Escobedo Suárez, en cuya argumentación, más lógica y organizada, encuentro expuestas, parcialmente, mis opiniones, con la salvedad de que su visión  es un tanto menos desencantada de la que yo tengo.

Ahora bien: ¿es la sociedad la responsable de estos defectos? Puestos a hacer cuentas —vocación absurda de los nuevos politólogos, sociólogos, economistas y todos los que se dedican en la actualidad a las ciencias sociales— no sé qué desorganización, frenesí y necedad haya sido mayor, si la de los jóvenes que, como yo, en un ademán ingenuo, propio de las peores tragicomedias, propio de los más disparatados pasajes del realismo mágico, salimos a las calles, ávidos de aventuras, sosteniendo por primera vez un mazo, recorriendo la ciudad de norte a sur para llegar a nuestro hogar en la noche, tras no haber logrado ayudar en lo más mínimo, o la de el ejército, cercando predios derrumbados, prohibiendo la entrada a la población civil que, mal que mal, antes de su aparición había ya removido escombros y rescatado víctimas.

No somos los héroes que pretendemos ser; para serlo, antes que ir a las aulas y tener bien entendida la lección de álgebra lineal o emular los modelos de organización japonesa, es indispensable recuperar la sensibilidad humana, esa vieja cualidad olvidada, que la literatura, como el temblor, puede hacernos recobrar. Es necesario lavarnos de tanta CDMX, de tantas películas de Hollywood, de tanta pornografía, de tanta institucionalidad, de tantos anuncios; bañarnos de todos esos cruceros que te llevan en mes y medio de Alaska a la Patagonia, con barra libre, casino y alberca a bordo; cepillarnos de tanto desarrollo económico y recordar, como ahora lo hicimos, el barro inicial del hombre. Aquello que empaña el sismo —la desorganización, el protagonismo y el acondesamiento— es producto de la dinámica social que el gobierno ha impuesto. La Condesa y la Roma, como las conocemos actualmente, con sus pugs, sus gran danés, sus gimnasios, sus tenis nike y sus edificios, son producto del proyecto de ciudad que Marcelo Ebrard y Miguel Ángel Mancera —figuras amadísimas por mi buen amigo, Rodrigo Salas— impusieron. Son las autoridades quienes dictan los usos de suelo, es Mancera quien aparece corriendo en un gimnasio en su último spot del informe de gobierno, fue la fila de granaderos la que, en Zapata y Petén, le impidió de buenas a primeras el paso a la población, que, a mí me consta, antes de su llegada removía escombros por sacar a una señora. Es también el ejército, con su pésima capacitación en protección civil —cosa que me confesaron los soldados el sábado pasado, mientras cumplía estúpidamente con mi deber ciudadano de realizar el Servicio Militar Nacional—; son también, aunque por vía indirecta, las series de Netflix —que ahora protagoniza Damián Alcázar—; son las redes sociales a las que tanto elogiamos y de las que tanto nos quejamos; son, son y son… Somos nosotros quienes nos compramos este estilo de vida, pero son también ellos, quienes lo han impuesto. El temblor pasó y reaccionamos como pudimos. Las falencias que tuvo nuestra respuesta resultan, en primer término, de la inexperiencia, y, en segundo, del tipo de sociedad que nos han implantado.

Si yo, junto con toda mi generación, salí a tomar las calles y las avenidas, dígase que desorganizadamente, dígase que con más ahínco que capacidad de ayuda, con más entusiasmo que experiencia, fue porque la ciudad, finalmente, sería plenamente mía, porque mis manos inexpertas y burguesas, mis manos de millennial podían por vez primera servir para levantar una piedra, remover un escombro, alcanzar una pala o una torta. Y las autoridades —a nivel federal, CDMX y delegacional— volvieron a arrogarse el poder; un poder que legalmente les corresponde, pero que, en mí experiencia, resultó inefectivo y corrupto.

Lamento mucho ver a todos aquellos que, en aras de hacer una crítica social —cosa que, por sí misma, siempre será irreprochable—, defienden a ultranza la labor de un gobierno fallido, corrupto, vejatorio y represivo, todos aquellos que pretenden mirar a fondo sin lograrlo, que se quedan de este lado de la valla de granaderos, y que, muy a la gringa, se sienten tranquilos al ver un montón de personas uniformadas de verde, because everything is all right, sin saber que los militares no están preparados como rescatistas y que la labor de su famoso DN-III es más un sistema de control poblacional que de ayuda verdadera.  Y lo lamento porque, aunque su inteligencia puede sobrepasar la mía con creces, su sensibilidad humana ha sido trastocada por un enorme monstruo come hombres, que algunos teóricos, más académicos y esquemáticos que yo, han denominado aparatos ideológicos del estado.

Para quienes, como yo, estudiamos la literatura, sabemos que todas las palabras tienen un peso y que nada en la expresión oral o escrita es gratuito. Y mi Rodrigo Salas se traiciona, porque, al intitular su nota “El sentido común no vende”, refleja inconscientemente la postura de la que tanto se queja, una postura política en el que las ideas se venden, con la mismas técnicas engañosas que utiliza la publicidad: hacer un metrobús de dos pisos en Reforma, hacer un corredor comercial en Avenida Chapultepec. Es esta misma dinámica la que hizo que Televisa, en búsqueda de escenarios, transmitiera por doce horas un rescate falaz. Y nuestro querido Peña Nieto, víctima también del sistema que los suyos han impuesto, se presentó en la escuela, todo listo para un icónico rescate, lágrimas, cámara lenta, la película dentro de un año, Diego Luna de bombero, una tarde en la Cineteca y luego de vuelta a casa con mi novia.

El llamado está hecho, lo hizo la tierra misma. Un llamado para que regrese eso que se nos ha ido colando de entre los dedos; un llamado para que regrese eso que la literatura recrea, un llamado para que, ante la contingencia o ante la rutina, nuestra sociedad cambie, no en la dirección en la que nos han hecho creer, la del progreso democrático y elecciones limpias, ni tampoco en el falso sentido de heroísmo-condesa, que, una vez más, lucha por imponerse; se trata de un llamado más profundo: que la política y la sociedad se resquebrajen para que volvamos a ser hombres y escribamos nuestra historia, ojalá que literaria y no política ni comercialmente. La historia es nuestra, un libro abierto. Escribámoslo nosotros.
                                                         Eugenio Ang
Notas: