domingo, 24 de septiembre de 2017

La responsabilidad también existe




Antes que nada, quiero dejar claro que no soy especialista en urbanismo, en ingeniería, en arquitectura o en disciplinas derivadas. Lo que voy a denunciar a continuación responde a mi experiencia, a mi intuición y a lo que he leído recientemente sobre el terremoto del pasado 19 de septiembre. La intención de este artículo es señalar la pésima cultura de prevención de desastres naturales en la Ciudad de México y la responsabilidad del Estado en esta problemática.
   
  La Ciudad de México siempre ha sido una zona sísmica, cada vez con más edificios y construcciones grandes y cada vez con más pobladores.  El fenómeno de los temblores ha acompañado a la capital desde siempre y tiene no pocos ejemplos de los que ha podido aprender, como el terremoto de 1957 o el de 1985. ¿Podríamos decir que alguien es responsable de los 180 muertos, los 3, 848 edificios dañados o de las decenas de inmuebles colapsados en este último sismo?

Una cosa me queda clara: los fenómenos naturales son inevitables. No podemos evitar las erupciones volcánicas, no podemos evitar los huracanes y no podemos evitar los temblores, pero ¿podemos prevenir que los fenómenos naturales se conviertan en desastres?
     
Vivo en la delegación Benito Juárez, una de las más afectadas por este sismo. El edificio que se derrumbó en Tlalpan, a la altura de metro Ermita, queda a unas siete u ocho cuadras de mi casa, mientras que el edificio que colapsó en Saratoga me queda a cuatro cuadras, así como el de Petén, que me queda a cinco minutos a pie, por no entrar en detalle con los demás edificios que colapsaron en mi delegación.
    
Crecí toda mi vida en la colonia Portales y puedo afirmar que en un lapso de diez años se han construido edificios de manera desmedida e irresponsable. Tan sólo en un área de cuatro cuadras puedo contar seis edificios nuevos o en construcción que se erigieron con una rapidez impresionante.
    
Por señalar algunas pruebas de que estos edificios nuevos han puesto en riesgo a mis vecinos, mencionaré al edificio de Saratoga, que justo a lado tenía una excavación profunda lista para edificar otro inmueble. En palabras de mis vecinos afectados, la excavación facilitó el derrumbe de su vivienda. También puedo mencionar al edificio ubicado entre Tlalpan y Antillas, que comparte cuadra con cuatro edificios nuevos y se derrumbó a menos de SEIS MESES de ser habitado[1].


Si a pequeña escala pude percatarme de la posible corrupción entre la delegación y las constructoras que se han permitido saltarse los protocolos de seguridad, puedo imaginarme cómo funciona esto en la ciudad a gran escala,  e incluso puedo remitirme al trágico caso del colegio Enrique Rébsamen, que como muchas escuelas,  impartía clases en un domicilio particular sin seguridad adecuada con el permiso de la delegación. [1]
      
A esta falla de las autoridades en garantizar la seguridad de las viviendas y construcciones, se suma la falla de su reacción después de la tragedia, ya que ha brillado por su ausencia en puntos devastados como San Gregorio, Xochimilco, y por su exceso irracional de autoridad al prohibir el paso de los voluntarios, demostrando que es una decisión contraproducente, como se pudo ver en el caso de Álvaro Obregón 286,  donde los israelitas rescataron a 28 personas aplicando exactamente las medidas contrarias. [2]
      
Por si fuera poco, pasamos de la invasión del negocio de las constructoras a la invasión del negocio de las demoledoras amparadas por las autoridades,  que impiden el rescate de las víctimas como en el caso de Saratoga[3], sin tomar la más mínima consideración del aprendizaje que dejó el terremoto del 85, donde dos semanas después de los derrumbes aún se encontraba gente con vida (y esto sólo por mencionar cómo se ha comportado el Estado en esta ciudad. Podríamos hablar de cómo fue condicionada la  ayuda en Morelos por parte de Graco Ramírez[4]  o  del aviso del Estado de México que no cuenta con alertas sísmicas en las calles).[5]
    
 Dicho lo anterior, tiene sentido que la gente saque a gritos al delegado Avelino Méndez, de San Gregorio, o que la gente muestre su rechazo a Osorio Chong cuando se paran frente a los perjudicados por el sismo. La gente muestra su inconformidad, platica en las calles sobre cómo el Estado se ve rebasado por ellos mismos, los señala como responsables y prefiere organizarse entre sí para salir de este problema, y, mientras tanto, las autoridades cercan edificios y nos mandan a nuestras casas. La organización de la gente es su derrumbe. 
         
 No basta el “no corro, no grito, no empujo” para evitar estas tragedias. Hace falta planificación urbana y respeto de los protocolos de seguridad.  Si el gobierno fomenta la organización ciudadana para las jornadas electorales, ¿por qué no organizar a la población así antes de los desastres naturales? ¿Por qué no ofrecer capacitación de primeros auxilios tal como se ofrece capacitación para vigilar casillas o por qué no asignar tareas en los vecindarios en caso de emergencias tal como se asignan comisiones por sección para votar?  Que pare ya la corrupción entre delegados y constructoras irresponsables, entre demoledoras y entre escuelas, negocios y empresas que no cumplen con las medidas básicas de seguridad.
     
 Necesitamos que el Estado se haga responsable de sus funciones y garantice nuestro bienestar ante los fenómenos naturales. No dejemos que la organización ciudadana que revivió el terremoto se la lleve el viento. La necesitamos para levantar nuestra ciudad, para evitar que se vuelva a caer y, más adelante, para levantar al país.

Cecilia MV

Referencias: 


[6] http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2017/09/24/los-mexiquenses-marginados-del-sistema-de-alertas-sismicas-9349.html

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