sábado, 23 de septiembre de 2017

A propósito del 19-S

Queridos lectores:

Estoy perfectamente consciente de que lo que voy a decir a continuación puede tocar sensibilidades y merecer más de una mentada de madre; sin embargo, alguien tiene que lanzarse en defensa de la autocrítica —sin afán de sonar pedante—. Si tuviera que resumir lo que voy a escribir a continuación en una frase, seguramente sería: "el sentido común no vende".

Como todos ustedes, puedo considerarme un milennial. Nací a finales del siglo pasado, crecí rodeado de un mundo cambiante y complejo, vi con mis propios ojos esas viejas computadoras con Windows 98, que tardaban algunos minutos en cargar una página de internet. Y, a pesar de ello, cuando leo repetidamente en las redes sociales que sorprendimos al mundo, a pesar de todas las predicciones, con nuestro heroísmo y solidaridad, no me queda más que mostrarme escéptico. Sí, definitivamente algo cambió desde 1985 hasta la fecha. Pero cuando veo la desorganización, el frenesí y la necedad, me pregunto si realmente somos los héroes que pretendemos ser. 

Comencemos por algo sencillo. El pasado 19, día del temblor, la alerta sísmica nos agarró desprevenidos. Los daños fueron muchos (aunque mínimos en comparación a desastres ocurridos en otras partes del mundo, como el Huracán María en Puerto Rico a penas unos días atrás), y en poco tiempo cundió el pánico. Para las 4 de la tarde, las vías de tránsito estaban completamente detenidas, y el transporte público, rebasado en capacidad. Las autoridades respondieron de acuerdo a los protocolos; se activo el Plan MX, desplegando al Ejercito y la Marina, y el gobierno de la Ciudad de México comenzó la evaluación de daños.

El primero en tirar el grito fue el jefe delegacional de la Cuauhtémoc, Ricardo Monreal, quien solicitó a través de sus redes sociales el apoyo del Fondo Federal de Desastres Naturales (FONDEN), debido a la deplorable condición en que se encontraba la zona centro de la ciudad. Las primeras respuestas en la plataforma Twitter no fueron más que insultos y comentarios desacreditando la personalidad del político morenense (o ni tan morenense en el último mes). 

En seguida, Miguel Ángel Mancera, jefe de gobierno de la Ciudad de México, anunció que sostendría una reunión con el Comité de Emergencias de la CDMX. Por puro morbo, los invito a que revisen algunas de las respuestas que recibió la desafortunada publicación del presidenciable. 

Así, en cadena sucesiva, las redes sociales se transformaron en una especie de Comuna de 1871, en la cual la ciudadanía, invencible, sentía rebasar por todos lados a los principales actores del gobierno, en una cuasi-demostración de fuerza y unidad. Por supuesto, horas después apedrearían al secretario de gobernación Osorio Chong, en Bolivar y Chimalpopoca, en inusitado acto de justicia popular. 

Al día siguiente, tuve la oportunidad de hacer un largo recorrido desde el Centro de la Ciudad hasta la Condesa, pasando por la Roma y visitando diferentes centros de acopio y sitios donde había montañas de escombros y pertenencias olvidadas. Pude constatar que, como bien reportaban aquellos héroes anónimos que habían twitteado durante toda la noche, había un ingente de voluntarios atestando las calles de la zona. Jóvenes adornados con cascos, chalecos y herramientas de construcción recorrían de aquí para allá el deprimente escenario. No fue sino hasta pasado el mediodía, que la multitud se convirtió en un maremagnum, que impedía la labor de las autoridades y se congregaba en cruces peatonales para observar los derrumbes.

En una de mis visitas, me encontré en la esquina de Cozumel y Durango con un edificio que, supuestamente, se caería en cualquier momento. Por supuesto, la gente se comenzó a juntar al rededor, entre forcejeos y gritos, en el momento exacto en que varios automovilistas movían sus coches para alejarlos del conjunto habitacional —¡no se fueran a dañar sus vehículos!—, casi atropellando a varios a su paso. 

Por si fuera poco, cuadras adelante había contingentes de motociclistas, viajando en sentido contrario sobre Salamanca. Dieron vueltas durante un buen rato, al parecer tratando de sumarse a la colaboración. Afortunadamente —y no lo digo con suficiente ironía— había personas que, unilateralmente, decidieron dirigir el tránsito en los cruces de la colonia. Si no fuera por ellos posiblemente el tránsito habría avanzado un poco más rápido que de costumbre, cosa que al parecer hubiera sido inaceptable —cuestión aún más relevante es que varios de ellos no llevaban playera, por aquello de la necesidad de recuperar la inversión que significa ir al gym todos los días a las once de la mañana—.

Para colmo del asunto, al acercarme al Parque España, comenzaron a abundar todo tipo de ciudadanos de a pie que, además de cargar con sus utensilios de rescate (no podían faltar), iban acompañados de sus simpáticas mascotas. Sí, me refiero a un gran danés con pedigree, o a un fatídico pug que, como todos sabemos, son criaturas tan útiles para localizar personas atrapadas. Y, para honrar las reglas de cortesía, no puedo olvidar mencionar que todas aquellas personas lucían impecables, no sólo por sus relucientes conjuntos de Adidas o Nike, sino porque parecían tan limpios como si acabaran de participar en un comercial de Pepsi rodado en medio del Parque México.

Pasando por alto las constantes amenazas de derrumbe del foro Plaza Condesa —el dueño tendría que salir en televisión para desmentir tal afirmación—, y uno que otro incidente en los centros de acopio, uno podría decir que todo salió de maravilla, o al menos a juzgar por esos cientos de montañas enormes de herramientas, comida y material de curación que se recolectaron.

Ahora, he aquí el asunto. No soy experto en contingencias, ni mucho menos, pero en verdad me pregunto a cuántos países centroamericanos tendríamos que compartirle nuestro botín para que no se desperdiciara alguna pala o pica que salió del Home Depot a 50% de descuento. Porque, llámenme insensible, pero dudo mucho que en realidad se necesite tal cantidad de recursos para afrontar una crisis doméstica desencadenada por un terremoto de magnitud 7.1.

Ante tal realidad ignorada, no puedo más que atribuir a la histeria colectiva la ola de compras y donaciones irracionales que invadieron, no sólo a la Ciudad de México, sino al resto del país. Sin embargo, algo que parece no encajar es la presencia de todas aquellas respetadas celebridades, escritores, políticos de izquierda y personajes notables de la vida pública que, no sólo alentaron, sino fueron autores de dicho caos logístico. Por supuesto, tras pensarlo un momento llegué a una sencilla conclusión que no le va a gustar a muchos: EL SENTIDO COMÚN NO VENDE.

Por supuesto que no... Si alguno de esos ciudadanos modelo que tanto disfrutamos de ver en la pantalla de la Cineteca a todo color se abstuviera de organizar la ayuda popular para reconstruir a nuestro amado país, probablemente perdería la primera plana de su próximo estreno programado en cartelera. O peor, quizá lo acusarían de reaccionario, al servicio del Estado.

El problema, en realidad, no es la sobre-acumulación de material o el caos urbano. El problema es un poquito más grave, y comienza con alumnos de la UNAM exigiendo un paro hasta el próximo 2 de octubre. Por supuesto, para ayudar a los damnificados y solidarizarse con el país. Juro que, si no estuviera enterado de las circunstancias, parecería que las defunciones pasaron de los 10,000 y las estructuras caídas fueron incontables. 

Más allá de eso, y aquí entro en terreno más peligroso, el PAN, de la mano de su nuevo mejor amigo, el PRD, se atrevieron a presentar, bajo exigencia en redes sociales, una iniciativa de ley para privatizar la financiación de los partidos políticos. Por supuesto, para alguien que disfruta de criticar la función pública y mirar con resentimiento al gobierno, parece una medida más que apropiada. Sin embargo, si fuéramos tan sólo un poco maduros y nos tomáramos este asunto de "la política" en serio, quizá las cosas serían un tanto diferentes. Quizá, sólo quizá, no es indiferente quién paga por la actividad de nuestros representantes y administradores públicos. Tal vez, más que un inimaginable logro de las masas empoderadas, es un alarmante retroceso en nuestro sistema democrático construido bajo los auspicios del Estado social que disfrutó nuestro país hasta antes de la llegada de los tecnócratas al poder. Pero, claro. Hay que ponérselas más fácil, la privatización seguro es la solución a la crisis de opinión y de falta de confianza en los gobernantes.

Quiero aclarar que no soy un arduo defensor de las clases privilegiadas, que no soy un vendido ni milito en las fuerzas juveniles del PRI. Simplemente veo las cosas desde una perspectiva que parece no importar mucho últimamente; desde la perspectiva comunitaria. Podría usar las próximas páginas para discurrir sobre cómo la solución al resquebrajamiento político y social no es la disolución del Estado, sino todo lo contrario, pero eso será cuento para otra ocasión. Lo que me parece preocupante es la falta de crítica, (sobre todo de aquellos que se llaman de izquierda), la falta de autocontrol y la necesidad de recurrir a medidas explosivas cada que la situación se torna delicada en el panorama nacional. 

Cambiar de forma tan radical uno de los pilares de nuestro sistema político no debe tomarse a la ligera. Si fueran otras circunstancias las voces se habrían alzado en contra de un albazo o de una aprobación al vapor. Pero, bueno... si aquellos que disfrutan de exacerbar las diferencias entre lo público, lo político, y la ciudadanía no tienen el suficiente interés en el bienestar general para actuar de manera responsable, entonces no queda más que lamentarnos. Propongo cinco días de luto, no por las víctimas del terremoto (quienes ya ocupan un lugar en ese triste panteón de víctimas de la impunidad y la corrupción territorial), sino por la muerte de la opinión pública, que ha demostrado no ser más que un estrechísimo campo en el cual las mayorías disfrutan de ser elogiadas y complacidas. 

Seamos condescendientes, que para eso nos educó la era digital. Ah, y sobre la maravilla milennial, quizá si junto unos likes más en Facebook los veo a las nueve de la noche para el relevo en Ciudad Universitaria.

P.S. El texto anterior no fue escrito con la intención de ofender ni atacar a nadie, sino de provocar la discusión y la oposición de ideas. Para continuar con una crítica constructiva, en una próxima entrada, compartiré algunas ideas puntuales que pueden contribuir a evitar, en futuras tragedias, la desorganización y la falta de coordinación de la sociedad en su conjunto. 

Rodrigo Salas
@Saur_tafly

1 comentario:

  1. Muy interesante lo que escribes. En el fragor del momento, la masa se vuelve menos racional. Aunque eso no le quita el peso a la tragedia ni nada. Sólo que no se consideró lo peligroso que es tomar decisiones tan delicadas en un momento como éste.

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