domingo, 24 de septiembre de 2017

A propósito del 19-S (Réplica)

Cuando escribí el primer artículo, no esperaba que la respuesta fuera tan diversa ni, mucho menos, tan seria —como la detallada entrada de Carlos Escobedo en Medium—.  Por supuesto, al ver los resultados me siento más que complacido, pues el objetivo principal de mis comentario era, justamente, encender el debate y polemizar respecto a los acontecimientos que se han desarrollado desde el pasado 19 de septiembre.

De cualquier forma, creo que ha llegado el momento de elevar el nivel del debate. Lo que proyecté como una columna coloquial para un sábado por la noche, tuvo un nivel de recepción inesperado. Así que aprovechare esta oportunidad, por un lado, para ejercer mi derecho de réplica y, por otro, para desarrollar algunos temas que pienso deben ponerse en la mesa.

En primer lugar, quiero decir que si el texto presentó algunos errores ortográficos fue simplemente por la premura y espontaneidad con la que fue escrito. En segundo lugar, me gustaría responder al análisis de Carlos diciendo que embarcarse en un debate sobre la existencia del sentido común, además de ser un recurso capcioso, pone fuera de contexto el punto mismo que trataba de comunicar de manera sencilla y accesible. ¿Por qué? Simplemente porque es un debate antiguo como la filosofía misma que, de ser tomado en serio, nos lleva a una postura relativista que ningún bien hace al intercambio de ideas.

Definitivamente no era el primer comentario que recibía criticando mis pretensiones normativas. Incluso, para mi sorpresa, recibí algunos comentarios que descalificaban mi posición como científico social —adjetivo que no me atribuí yo mismo—, por atreverme a definir lo que era correcto o incorrecto para la sociedad... Lo único que puedo decir al respecto es que si como estudiosos de las sociedades humanas no somos capaces de emitir opiniones sobre el camino que deben seguir los acontecimientos, entonces no cabe duda de que, como dicen algunos, las ciencias sociales son tan inútiles como la poesía misma —nótese esta última oración—.

Responder a un comentario sencillo, como lo fue el mío, con borrosos pasajes de un debate de tal calibre no me parece más que fuera de lugar. Aún así, y tomando con mucha seriedad el argumento, creo que cuando usé el término sentido común, se tenía por entendido que me refería a una construcción ideal bastante ambigua, pero que contaba con ciertas condiciones bastante precisas y definidas: racionalidad frente a las circunstancias, pensamiento crítico, responsabilidad por parte de personajes con relativa influencia mediática, reflexión antes que frenesí y, más que nada, una visión objetiva de los acontecimientos.

Para evaluar la presencia de todos esos constructos, no hace falta, como asegura nuestro buen amigo, una medición empírica sistemática, como un censo, o conocer información detallada de la cantidad de donativos versus la cantidad de víveres y herramientas necesarias para afrontar la catástrofe. Sin contar que numerosos estudios que conforman el corpus intelectual básico de las humanidades, más específicamente en el campo del pensamiento especulativo, se estructuran de la misma forma —todos ellos con un objetivo claro: conmover al lector y difundir ideas—, tan solo basta con voltear a nuestro alrededor para observar la creciente actitud de satisfacción que inundó las redes sociales al momento de sucumbir ante las más instintiva necesidad de reconocimiento (para no extenderme más en esto, pueden dirigirse a mi primera entrada para entender a lo que me refiero). Es más, si alguien pretende descalificar en sí el campo especulativo, me temo decirle que los simples cálculos de los métodos cuantitativos más avanzados (que con duras penas sirven para hacer predicciones, como los modelos jerárquicos multinivel y el más reciente machine learning), difícilmente van a aportar al debate sustantivo.

 Una vez aclarado lo anterior, creo que es momento de reconocer el problema fundamental detrás de toda la discusión, y que escondí con cuidado detrás de mis observaciones publicadas el sábado pasado. Lo que está en juego son visiones políticas diametralmente opuestas. Una que apela al populismo demagógico —a las respuestas sencillas—, y otra que apela a la profesionalización, al escrutinio de los problemas públicos y a la reconstrucción de la fracasada relación ciudadanía-función pública. Lo que constituye el fondo del debate es la responsabilidad de los expertos, analistas, servidores públicos y personajes de la cultura de tomarse su papel en serio (y aquí me dirijo principalmente a Eugenio Ang, que me aludió en su texto de anoche).

Hegel escribía, en su Filosofía real de Jena, que el Estado debe servir como sistema de integración de las disruptivas contradicciones de la sociedad civil. En palabras más simples: si permitieramos a la sociedad seguir sus tendencias inherentes libremente, se producirían las más terribles consecuencias –entre ellas la esclavización del hombre—.  Aún más, Hegel criticaba el elemento democrático de las sociedades contemporáneas el cual, sin organización, es irracional, injusto, inmoral y salvaje (me voy a ahorrar las citas al pie de página porque en un medio como este más allá de ser útiles resultan fastidiosas para el lector). Pero nada veía peor que la falsa oposición entre el gobierno y el pueblo, incitada ahora por nuestros más respetables intelectuales —digo intelectuales y no académicos, porque en la vida pública de nuestro país ambas expresiones se han alejado cada vez más—.

Esto me lleva al punto central de este ejercicio informal —resaltando la palabra "informal"—. La iniciativa presentada por el Frente Ciudadano por México (sí, el PAN y el PRD juntos), que busca la privatización —me niego a llamarlo de otra manera— del financiamiento político de los partidos, es una muestra de la alarmante ineptitud de la opinión pública para hablar de lo que realmente importa. En nuestros tiempos es más importante seguir la opinión popular que adentrarse de fondo en los temas más relevantes y posicionarse desde una perspectiva amplia e informada.

No me atrevo a lanzar esta crítica (y esto tiene que quedar clarísimo) al gran porcentaje de mexicanos que han sido excluidos, por las inmensas desigualdades estructurales, del debate público, y que no cuentan con los elementos suficientes para evaluar las graves implicaciones de la propuesta. Al contrario, mi crítica va para todos aquellos políticos y figuras oportunistas que, aprovechando la ignorancia, desencanto y desesperación de la gente, quieren hacer su "domingo siete". Y aún más a todos esos opinólogos de siempre que, por más que se llamen de izquierda o de derecha, han fallado en comunicar a la ciudadanía el verdadero significado de dicha estratagema electoral.

Por último, y para hacer esta réplica breve, respondo a Carlos, y a otros, cuando dice que no somos nosotros los millenials quienes nos echamos flores y nos reconocemos como héroes de los tiempos modernos. Abran su Twitter, entren a Facebook. No son sólo los medios televisivos quienes nos atribuyen tal bandera. Les aseguro que al menos un tercio de sus amigos más cercanos se han apropiado de la idea. Estamos rodeados de mensajes de éxito, sobre cómo la generación Y rompió los paradigmas y demostró ser empática, activa, solidaria y, sobre todo, unida.

Para mí es todo lo contrario —y que quede claro que esto es sólo una opinión más—. El 19-S no fue más que una oportunidad de confirmar que los jóvenes somos seres enajenados, que ignoran la realidad de las circunstancias con tal de ocupar el reflector e impresionar al mundo. Somos personas que, a pesar de contar con tanta información gracias a la era digital, nos rehusamos a razonar, y preferimos atribuir todos los males de nuestra sociedad a esos corruptos que se sientan detrás de escritorios en los edificios del gobierno.

Antes de finalizar, me gustaría ocupar un párrafo para cuestionar la idea misma de una generación millenial. Me parece ridículo, en un país con un índice de Gini arriba de 0.48, en donde la desigualdad se puede observar a simple vista —basta con transitar por Santa Fé, por decir un ejemplo— afirmar que existe una generación de jóvenes que recibieron al nuevo milenio con características socioeconómicas similares. En un país donde 46% de la población se encuentra en pobreza, donde sólo 25% de los jóvenes llegan a la educación superior y donde la movilidad social es mínima, es ridículo hablar de una generación con características culturales homogéneas —ya ni digamos en cuanto a oportunidades—. No es más que un mito que ignora la devastadora realidad de un país desgarrado por la desigualdad extrema. Me atrevo a decirlo, no existe tal cosa como una generación millenial.


Para concluir, reitero mi intención de elaborar y compartir por este medio diversas propuestas en vistas a una mejor cultura de prevención y protección civil, pero sobre todo, de manejo de desastres. Hasta la próxima semana, espero que esta entrada cause tanto revuelo como la primera, que originoó este debate.


Rodrigo Salas
@Saur_tafly

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