Ayer desperté. Por primera vez me sentí
mío; mis manos, mis piernas, mis ojos y mi boca. Nunca lo había pensado así, es
decir, en qué me momento me había convertido en mi yo. No puedo decir que en
algún punto fui tú o fui él, porque escapa a la realidad y, siempre he
sido yo y no obstante de ello, sentir por primera vez está sensación que escapa
mi conocimiento, romper con todo un mundo propio, en el cual me cobijaba, me
asusta. Por primera vez soy libre, soy autoconsciente, soy libre de, pero ¿cómo puedo ser libre
para? ¿Por qué toda esta angustia y desesperanza me consume y me pierde?
¿Acaso aquellos pasos, aquellas palabras, aquellas columnas que me daban
sostén, ahora me parecerán para siempre un mundo extraño? Lo pienso y lo
pienso, me agoto pensando en las respuestas, pero no encuentro consuelo.
«El acto de desobediencia, como acto de
libertad, es el comienzo de la razón» y ahora cae en mí la idea más
precisa. Mis sentidos me engañan, me detienen y se burlan en mi cara. El acto
sensible es el acto menos puro, yo, como un balde lleno de manzanas, debo de
vaciarlo todo y llegar a la verdad por medio de la razón. Cogito ergo sum, todo llega en un mundo ideal, logro entender cada
parte de lo que no es mío, de lo que me rodea y cada vez me siento menos engañado.
Pero hay un problema, el proceso cognoscitivo trascendental necesita algo, un
tanto que decirme acerca de cómo conozco todo. Tal vez el apriorismo me ayude, proyecto cada
objeto y antes de tener una experiencia sensible lo he conocido, de forma tal
que mis sentidos solo comprueban mi concepto, mi memoria y mi mente. Aun así,
hay cosas que van más allá de mi relación con los objetos, es decir ¿puedo ser
yo el sujeto y el objeto a la vez en el proceso trascendental? ¿La justicia es
algo qué solo puede vivir en mí y si no logro proyectar y superar dicha
contraposición objeto-sujeto, cómo he de conocerla? ¿Si los axiomas y
principios no existen, me he mentido a mí todo este tiempo -el corto tiempo en
el que he sido consciente-? y si como dice Dostoievski, si Dios existe no todo
está permitido, pero "si Dios no existe... todo está permitdo; y si todo está permitido la vida es imposible".
Si soy libre soy egoísta. Busco todo lo
que me haga ser yo y me ponga por encima de todo. Necesito algo que me
restringa en mis noches de más dura inlucidez,
cuando no haya nada que me detenga y busque mis más duras pasiones. Debe
existir un monstro más grande que yo, que me imponga la reprensión de mis
impulsos; debo por tanto sublimar mis pulsiones ¿será cierto que todas nuestras
pulsiones son meramente sexuales? ¿Si en esta distinción entre yo y el ello, existe algo más, un súper
yo, necesitamos algo parecido para todos los hombres en comunidad? Porque
entiendo que en esta distinción, entre mi estado de naturaleza más puro y ahora
mi estado de hombre de cultura, hubo algo. Estas pautas que me detienen y me
dan displacer, son producto de nuestra larga historia; de nuestra idea de un
pacto, de un contrato social que nos
restringa, es, en fin, obra de la Cultura y de la Historia y al final solo me
queda una pregunta ¿Elijo ser un hombre de naturaleza o un hombre de cultura?
Creo que no me queda de otra, yo ya soy un hombre de cultura...
Yo decidí limitarme. Decidí amar a mi
prójimo, darle ayuda y apoyo. Decidí crear leyes justas, que se decidieran por
el poder de la voluntad popular, del Volkgeist
-espíritu del pueblo- por qué nuestra libertad y nuestro espíritu no pueden ser
nunca injustos. Levanté a las masas y derrocamos al Ancien Régimen, al régimen que no buscaba la verdad y que se quedó
inmerso en la obscuridad. Mi razón se volvió ley, encontró un nuevo mundo donde
las columnas de Hércules se desvanecieron y donde ya no parece imposible nada,
pues el hombre es el centro del universo. Creé constituciones y di garantía,
reconocí y protegí los derechos más puros del hombre: la vida, la igualdad, la
libertad y la propiedad. Por fin se despertó el poder del capital, la libertad
más pura del hombre, la competencia del más hábil y el terreno de un
nuevo despertar.
Pero si pido libertad
solamente me asusta el miedo mismo. Me espanta el rencor que solloza firme en
el alma, por quienes miles murieron y otros tantos vivieron, contando solamente la historia de algunos cuantos que se levantaron. Mi pecho desnudo se
levanta como señal de un nuevo comienzo, mientras la bandera se ondea firme
ante el viento que clama lo mismo: liberté,
égalité, fraternité; mientras miles de almas gritan por la triste pérdida
que han sufrido y los niños… ¡sí! los niños, siguen clamando por un novum sole. Quizá, solamente es un sueño
furibundo, pero no he de poder saberlo hasta despertar con el sol de la mañana
–fresco y resplandeciente- sol de la mañana. Mientras tanto la noche azota
junto con las bayonetas y los cañones, que disimulan su sonido, pues su canto
me alienta más de lo poco que pudieran alejarme ¿qué tanto he de pelar por la
cultura? ¿Por qué esto me sigue alentando a luchar? Es decir ¿por qué la pluma
de algunos cuantos cándidos me siguen
levantando el ánimo de batalla, mientras que los contrarios, creen que
solamente la vida puede continuar bajo la potestas
temperata?
Pero por alguna extraña razón, la
idea de justicia se ha prostituido por la ficción de la política. Esa
entelequia que debía de salvaguardarnos se cae a pedazos. El mounstro del leviatán que debió protegernos, nos
enseña que el único mounstro es el hombre en sí. Homo homini lupus; el hombre que no le teme a nada y que ha
aprendido a no temerle al mounstro de diez cabezas, que asesina a sus pares con
frialdad y sin recato. Me espanté ante tanta individualidad y consciencia; y
como pasa en el hombre, cuando se asusta por su misma autoconsciencia, busqué
empeñarme ante la idea de un gran salvador, de una única opción capaz de
redimir el salvajismo de la libertad total. Ante mis ojos vi caer a mis
hermanos por la idea de una salvación racial, justificada en la metaidea hiperazonada de la razón
misma. Me creí salvador y salvado y perpetúe la más cruel idea. Puse mi empeño
en cederme por completo para no volver a ser libre y todo porque me asuste en
el camino, porque en el trayecto me di asco de ser yo el único responsable de
mis actos; porque al final de todo, mi razón se acercó tanto a la verdad, que
no pude soportarla y decidí renegarla.
Ahora que veo todo y me vuelvo a pensar.
Ahora que pienso y luego existo, me disgusto algunas veces de haber cortado el
camino. De haber cedido toda mi capacidad por la idea de una salvación en la que
todos fuéramos iguales y estuviéramos seguros de lo que hubiere de suceder.
Pero si como dicen, nada son hechos y todo son interpretaciones, tal vez
-y solo tal vez- pueda revertir todo lo ocurrido. Me vuelvo a pensar y busco mi
esencia y logro contestar un poco la pregunta de Dostoievski. Si Dios ha de
existir, he de tener una esencia antes de mi existencia, debo de ser bueno o
malo, justo o injusto; pero si por el contrario Dios no existe, debo de existir
antes de ser, no puedo juzgarme sin haberme vivido...
Hasta
este punto he de reconocer que ya me he cansado. Ya no quiero pensarme más
antes de existir, quiero seguir sin necesidad de darme tantos golpes en la cabeza.
Decidí volver a coartar mi libertad, por un mundo en exposición constante, por
un mundo de vida pornográfica en dónde he de ser transparente -ya no uniforme-.
Aprendí a vivir cada instante y momento en una fugaz frialdad, porque al final
solo soy una minúscula e insoluta partícula de la inmensidad misma; me dejé
caer en la desesperanza y -como en su título expresa Kundera- en la
insoportable levedad del ser. Ahora todo es exprés, todo es líquido y yo fluyo
en el río. Para mí ahora todo es relativo, pero no a la forma de Heráclito
(donde el río es y no es a la vez), sino a la forma de la más pura mentira,
pues no existe la verdad - y donde no hay verdad, solo existe la mentira-. En
fin, cuando antes pensaba y luego existía, ahora prefiero existir y luego pensar
-eso sí, si llego a hacerlo- porque al final de todo, aunque mi libertad sea el
bien más preciado que tengo, no quiero ser juzgado y prefiero vivir siendo
feliz, que buscando una razón o una verdad. A veces luego recuerdo todo el
camino que recorrí y me increpo a mí ¿será que al final mi libertad pudo ser el
camino más puro para encontrar la verdad, todo ello ayudado por la razón? Pero
en ese recuerdo me frustro y me vuelvo a asustar y me vuelvo a dar asco, pues
al final de todo, sigo siendo pestilencia en un mundo de náuseas.
M.A. Rubio
@ilprubio
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